lunes, 18 de noviembre de 2013

Javier Otaola...Sexo y género, naturaleza y cultura


Se puede decir filosóficamente que el ser humano es “sobre-natural” porque no se conforma con lo dado naturalmente sino que en él lo natural es el artificio, un artificio que lo envuelve todo y que transciende su condición natural y dada: construye símbolos y ritos, religiones, culturas, lenguajes, literatura, narraciones, funda tradiciones hace ciencia, historia y reflexiona éticamente. El ser humano es poiético y poético. 

En su último libro Beatriz Preciado (Burgos, 1970) -"Testo Yonqui" (2008)- teoriza arriesgadamente sobre el modo en que las estructuras políticas y de poder determinan la experiencia de la propia persona, -más allá de una supuesta naturaleza- la vivencia de nuestro cuerpo y, en consecuencia, el papel social que desempeñamos como seres biológicos socializados.

A mi juicio Beatriz Preciado se coloca en una posición extrema que distorsiona la experiencia vital de término medio en la que la mayoría de nosotros nos reconocemos. Pero no deja de decir verdades interesantes. Es fácil asumir que la sexualidad humana está dotada de una condición “sobrenaturalizante”, cultural, artificial; sobre el dato simple y objetivo del sexo -macho y hembra, bio-varón o bio-mujer que diría Beatriz Preciado- el ser humano poetiza, inventa, crea culturalmente al varón y a la mujer, sobre la mera condición sexuada se da “por añadidura” en un continuum ininterrumpido, lo masculino y lo femenino, lo que los ingleses llaman gender, y desde la IV Conferencia Mundial de las Naciones Unidas sobre la Mujer, realizada en septiembre de 1995 en Pekín, se ha venido traduciendo más o menos pacíficamente como género.

El género es precisamente el ropaje cultural con el que el ser humano viste su condición sexuada. No veo que haya en el reconocimiento de esa naturaleza artificial nada de ideológico –en el sentido de falsificación- sino más bien la simple constatación de la originalidad radical del ser humano como animal poético e histórico.

En su por otra parte provocador y epatante alegato Queer Beatriz Preciado propone revolucionariamente romper con las identidades de género estables alegando que dado que se trata de realidades culturales, sociales, históricas y hoy en día tecno-farmacológicas, son en definitiva posiciones aleatorias variables a voluntad, fruto en última instancia de una opción sexo-política. A mi juicio, sin embargo que un fenómeno se trate de una realidad cultural y social no significa que no sea al mismo tiempo algo antropológicamente profundo y constitutivo. También el lenguaje articulado es cultural y social y no por eso es superficial o arbitrario, ni variable a voluntad a salvo siempre la posibilidad de jergas idiosincrásicas y argots de cofradía.

Por el otro lado del espectro pensante, desde sectores conservadores, se ha visto con recelo la dualidad sexo-género por entender que esa distancia aunque sólo sea teórica entre lo biológico y lo biográfico encierra una agenda oculta –la temida ideología de género- y peca de “relativismo” al permitir una cierta flexibilidad de los rasgos de lo femenino y lo masculino, que quedarían privados de su esencialidad biológica y natural, para convertirse en un constructo social más o menos durable.

Mi experiencia como niño, adolescente, hombre, marido y padre de dos hijas me dice que en efecto los seres humanos no nos conformamos simplemente con lo natural, no nos conformamos con el sexo sino que hacemos pornografía, erotismo y poesía, no nos conformamos con comer sino que hacemos bacanales, gastronomía y dietética. No somos simplemente biología sino que hacemos de la vida biografía y para resistir a la muerte en última instancia poesía.

Es evidente, a mi juicio, que hay contenidos sociales de “lo masculino” y lo “femenino” que varían según el espacio y el tiempo, que no ha sido lo mismo ser mujer o varón en España que en Alemania, en Grecia o en Arabia, y que los conceptos de amor, pasión, maternidad, paternidad, incluso amistad admiten variaciones sociales e históricas. En el terreno de las modas, tan superficiales y al mismo tiempo tan profundas, han cambiado mucho las cosas desde aquellos tiempos del XVIII en el que los varones se maquillaban con polvos de arroz y vestían peluca y paletó, o se pintaban lunares en la mejilla, hasta este siglo XXI en el que varones y mujeres visten pantalones, comparten pendientes y argollas en las orejas o se hacen piercings en el ombligo o en el pecho. Es evidente que no “se espera” lo mismo de un varón o de una mujer en una sociedad igualitaria y protestante como la noruega o en una sociedad desigualitaria y suní como Arabia Saudí.

Lo sexual, no es sólo genital, es cierto, hay otros factores sexuados que van más allá: psicológicos o culturales, y hay también otros aspectos y contenidos que se asocian a lo sexuado de una manera social e histórica, más o menos profunda según el tiempo y el lugar. Esas asociaciones no son irrelevantes sino que tienen importantes consecuencias vitales y existenciales.

Por otro lado es también una verdad ineludible que la construcción social de lo femenino y lo masculino arraiga en lo profundo del ser humano, se trata de piedras sillares de nuestras identidades personales, no son mampostería antropológica y no pueden banalizarse ni reducirse a simples modas, ni a un bricolaje tecno-farmacológico, sino que son identidades que están encapsuladas en nuestros imaginarios culturales, en la música, la lengua, la literatura, el cine, la religión, los usos y costumbres y que cambian, -si cambian-, con lentitud “geológica”.

En todo caso me parece valioso el concepto de género –aunque sea un anglicismo que maldicen los puristas- porque nos sirve para referirnos con una sola palabra a algo que tendríamos que explicar en español mediante una perífrasis. Lo seres humanos -varones y mujeres- nunca somos exclusivamente realidades biológicas somos en última instancia realidades poéticas.

V.·.H.·. Javier Otaola








Javier Otaola es abogado y escritor. Ha sido Gran Maestre de la GLSE  y vicepresidente de CLIPSAS.

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