sábado, 16 de agosto de 2014

Hablando de... Europa en 1848 una vista a sus revoluciones.


El estallido de la Revolución de 1848 en Francia


revolucion paris 1848
Revolución de 1848 en Francia


Como ya pasó en julio de 1830, París se convirtió en el epicentro revolucionario de Europa en febrero de 1848. Fueron unos hechos muy sencillos que dieron una enorme amplitud a los otros movimientos liberales de Europa.

Tras la Revolución de Julio, los franceses tenían una monarquía burguesa que se regía bajo una nueva Carta establecida en 1830. Era una normativa mucho más liberal, que ampliaba el régimen electoral y suprimía el carácter hereditario de los Pares. Los ideales fundamentales de este nuevo gobierno eran el mantenimiento del orden interno, la atención preferente a la economía, el desinterés por los problemas sociales y la búsqueda de la paz y del entendimiento con el exterior. Fue un periodo en el que la burguesía era la más beneficiada de toda esta política.

El parlamento francés estaba dividido en numerosos partidos. Por un lado, los conservadores y los liberales, que apoyaban la solución monárquica. Por otro, los legitimistas, los republicanos y los bonapartistas, que tenían como líder a Luis Napoleón.

Pero lo que realmente dio rienda suelta a las revueltas fue una campaña propagandística por parte de los opositores a la monarquía burguesa. Entre el 8 de julio y el 25 de diciembre de 1847, se celebraron 70 banquetes en toda Francia por los radicales y los demócratas para pedir la libertad de reunión y de expresión, así como una reforma electoral que erradicase el sufragio censitario en favor del sufragio universal. Los organizadores idearon un nuevo banquete para el 22 de febrero, pero el primer ministro Guizot lo prohibió. Desde el diario republicano Le National, Armand Marrast hizo un llamamiento a la ciudadanía para que salieran a la calle a protestar por estas vulneraciones de la libertad.

Este manifiesto fue clave para las movilizaciones que se produjeron en la Plaza de la Concordia, donde se pedían más reformas. El 23 de febrero, las manifestaciones continuaron, pero en esta ocasión tuvieron un componente más radical. Se levantaron barricadas por todo París y la Guardia Nacional se unió a los exaltados. El monarca, temiendo una gran revuelta, optó por apartar a Guizot. No obstante, era demasiado tarde. La tropa había disparado y herido a cincuenta personas, entre las que había dos mujeres. La Revolución de 1848 estaba en marcha.

Poco a poco fueron cayendo todas los fuertes monárquicos. Luis Felipe tenía intención de abdicar en su nieto, pero la presión popular hizo que adoptase la fórmula republicana. Así, el 25 de febrero de 1848 se proclamó la II República Francesa y se encendió la mecha revolucionaria del resto de países europeos, siendo el comienzo de una época de cambios generalizados por todo el continente.

 En Alemania


Revolución de 1848

Al igual que pasara en Francia, Austria e Italia, Alemania también se vio afectada. Es importante aclarar que cuando hablamos de “Alemania”, nos referimos al territorio que formaba la Confederación Germánica y que se acabaría anexionando en su totalidad Prusia en 1871. Fue una revolución fallida, al igual que las anteriormente mencionadas, pero tuvo un gran nacionalista que la impulsó y que hizo que miles de personas salieran a la calle para defender, bandera alemana en mano, la unidad de un país fragmentado por el interés austríaco.


La Confederación Germana la componían 38 estados diferentes y el Imperio Austríaco ejercía de líder hegemónico. Esencialmente, estaba integrada por Austria; por los reinos de Baviera, Prusia, Sajonia, Würtemberg y Hannover; por 29 grandes ducados y principados; y por las ciudades libres de Bremen, Fráncfort, Hamburgo y Lübeck. Todos se reunían en una Dieta presidida por Austria en Fráncfort que funcionaba a modo de asamblea consultiva y que tenía como elemento de unidad el Zollverein.


Los movimientos que tuvieron lugar en 1848 buscaban cumplir dos objetivos. Por un lado, estaban basados en la idea de unificación de la patria alemana y, por otro, querían buscar la libertad política que erradicase el poder absoluto de los príncipes que los gobernaban los distintos estados. El movimiento que unía todas estas pretensiones y dio carácter a los protestantes se llamó “Märzrevolution”, es decir, “Revolución de marzo”. En Prusia, los revolucionarios se alzaron en Berlín y Guillermo IV les prometió una constitución democrática, así como la convocatoria de una asamblea constituyente. En Baviera, el rey Luis tuvo que abdicar y los movimientos que buscaban la unidad de Alemania fueron definiendo a Prusia como núcleo aglutinante.


Por otra parte, la Dieta de Fráncfort se reunió en mayo de 1848 para redactar una Constitución que unificaba todos los territorios alemanes bajo el amparo de una monarquía constitucional. Por eso le ofrecieron la corona imperial a Guillermo IV de Prusia, quien la rechazó. Los diferentes estados de la Confederación Germánica se fueron reuniendo alrededor de Prusia o de Austria hasta la firma del Interim Pillnitz en 1849, por el cual ambas potencias asumían la dirección de los asuntos comunes de Alemania.


Poco tiempo después, los austríacos volvieron a imponerse sobre el territorio germano para erradicar cualquier resto de las revoluciones de marzo de 1848. En definitiva, el Imperio Austríaco volvió a restaurar el absolutismo una vez más y forzó a los gobiernos de todos los estados de la Confederación a formar parte de un aparato burocrático de carácter centralizador mediante el sistema Bach.

  En Austria



Barricadas en Viena

El estallido de las revueltas de febrero de 1848 en Francia fue el detonante de la tercera ola revolucionaria liberal que recorrió toda Europa. Fue un movimiento de tal magnitud que hasta llegó a Austria, la gran defensora del absolutismo en Europa. Antes de ver cómo y de qué manera se produjo, hay que entender el contexto en el que estaba el país centroeuropeo.

El Imperio Austríaco estaba integrado por un conjunto de pueblos diversos, agrupados en varias entidades políticas. El encargado de mantener el balance entre todas ellas fue el canciller Metternich. Su principal tarea fue la de evitar que ninguno de los pueblos tuviese aspiraciones nacionalistas, ya que si despertaban estos sentimientos entre la población, se acabaría con la esencia del imperio. La administración de todo el territorio estaba en mano de los austríacos, a excepción de Hungría, que tenía un estatuto particular debido a su tradición histórica.

En 1830, ya hubo algunas amenazas, pero no fue hasta 1848 cuando reaparecieron. Tanto los magiares como los eslavos y los rumanos empezaron a tener cada vez más conciencia de su individualidad y querían que fuese reconocida por el emperador y por el canciller. Recibiendo siempre misivas y una dura represión como respuesta, optaron por el plan alternativo: unirse y formar un bloque potente.

Es así como el 13 de marzo de 1848 empezó la Revolución de 1848 en Viena. La ciudad se llenó de barricadas y de muertos cuando estudiantes, burgueses y obreros reclamaron una constitución para Austria y la dimisión del canciller Metternich. El mandatario fue incapaz de controlar la situación, por lo que huyó disfrazado mientras el barón de Pillersdorf, un aristócrata liberal moderado, formó un gobierno provisional.

En mayo se convocó una Asamblea Constituyente que tendría que redactar una constitución pero no todo fue tal y como se esperaba, ya que hubo una firme reacción por parte del gobierno imperial. Tras la muerte del ministro de la Guerra, el emperador Fernando I ordenó el bombardeo de Viena, que acabó por rendirse en octubre de 1848. El resultado fue la disolución de la Asamblea y la derogación de la constitución. Además, el emperador austríaco abdicó en favor de su sobrino, Francisco José I.

Pero como ya hemos mencionado, el Imperio era muy variopinto, por lo que el fuego de la revolución llegó a otros lugares, como por ejemplo Bohemia. Los checos querían constituir una Bohemia completamente independiente con los eslavos del norte y del sur. Reivindicaban la promulgación de una “Carta de Bohemia” en la que se garantizara la creación de una Dieta Imperial o de un parlamento y en la que se respetaran las libertades políticas. El 12 de junio de 1848 se reunieron en Praga los máximos líderes eslavos, formando un congreso paneslavista. Debatieron sobre el presente y el futuro de los eslavos y destacó especialmente la figura del nacionalista checo Frantisek Palacky. El problema es que las aspiraciones duraron poco debido a la gran represión que llevó a cabo la corona austríaca contra el territorio de Bohemia.

Otro de los territorios que se alzó fue Hungría. El 3 de marzo de 1848 reclamaron la plena autonomía y empezaron un movimiento mucho más fuerte que los anteriores. Consiguieron que el 11 de abril les otorgaran un estatuto especial, así como una Dieta Imperial y un gobierno propio.
Batalla de Tápióbicske

Al frente del nacionalismo húngaro estuvo Kossuth, fundador del partido demócrata, que era partidario de la independencia y que presentó una moción el 14 de abril para destronar a los Habsburgo. Sin embargo, al igual que el resto de revueltas, esta tuvo un final desafortunado. El emperador Francisco José I, con la ayuda del zar Nicolás I, juntaron un ejército que redujo a cenizas todas las demandas y aspiraciones húngaras.



Fue el final de la primera oleada revolucionaria que sufrió el Imperio Austríaco y que puso de manifiesto la debilidad del sistema de la Restauración. El principio del fin había llegado para Europa.

  En Italia


El fuego revolucionario que se alzó en París y en Viena en 1848 también alcanzó la península itálica. A diferencia de sus vecinos austríacos, los italianos ya habían tenido varios movimientos liberales y nacionalistas en 1820 y 1830, por lo que fue una revolución bastante más madura. Había sentimientos de unidad y líderes que perduraban de los anteriores conflictos y que guiaron a los italianos hacia una victoria parcial que, no obstante, acabó siendo una derrota amarga.

"Un épisode des cinq journées de Milan en 1848", de Baldassare Verazzi.
“Un épisode des cinq journées de Milan en 1848″, de Baldassare Verazzi.
La situación en la península itálica era bastante peculiar. Había siete estados distintos y todos ellos disponían de un régimen absolutista. En el norte, estaba el reino independiente del Piamonte y Cerdeña que comprendía Saboya y Niza. Los ducados de Parma, Toscana y Módena estaban bajo influencia austríaca y el reino Lombardo-Véneto pertenecía directamente al Imperio Austríaco. En el sur se extendían el reino de Nápoles y los Estados Pontificios.

Todos estos estados no tenían ningún tipo de conexión política, ni siquiera una confederación como los reinos alemanes. Pero lo que sí que tenían era una importante tendencia hacia la unificación, que tenía una doble vertiente. Por un lado, la republicana con Mazzini a la cabeza y, por otro, una más moderada y monárquica.

Cuando estallaron las revueltas en París y en Viena, la península itálica se vio afectada ampliamente. Empezaron a sucederse manifestaciones, protestas y barricadas por todo el territorio. El objetivo común de todas ellas era conseguir la libertad política frente a los soberanos absolutistas que los gobernaban, así como librarse del yugo austríaco que les llevaba sometiendo desde principios de siglo.

El norte se levantó contra el Imperio Austríaco y crearon un gobierno provisional con Daniele Manin y Tommasco a la cabeza, quienes proclamaron la República de San Marcos el 24 de marzo de 1848. Lo mismo hicieron Milán y Cerdeña, donde los movimientos estuvieron apoyados y liderados por el rey de Piamonte, Carlos Alberto. Los Estados Pontificios y el Reino de las Dos Sicilias tuvieron las revueltas más importantes. Consiguieron terminar con el absolutismo y formar la llamada “República Romana” en 1849.

Aunque parecía que estaban en un gran momento todas las causas revolucionarias, lo cierto es que Austria no sólo fue capaz de imponerse a las revoluciones internas, sino que también reprimió con dureza las sublevaciones en la península itálica. Los italianos fueron incapaces de mantener una unidad de acción frente a los austríacos, ya que ni el rey de Nápoles ni el papa Pío IX se opusieron a la invasión extranjera. Las tropas imperiales derrotaron con facilidad a Carlos Alberto y, además, la intervención del líder francés Luis Napoleón para restablecer a Pío IX en su poder absoluto fue imparable para las tropas de Garibaldi.

Fue el primer intento que casi fructificó de la unificación italiana y de los movimientos liberales que azotaron la península itálica en el siglo XIX. Pero una cosa quedó clara: había un tremendo sentimiento unitario y había gente dispuesta a morir por la causa. Sin embargo, los partidarios de la liberación y de la nación italiana tuvieron que esperar a la llegada al poder del conde de Cavour para poder tener un país unificado y real.



 José Rafael Otazo M.
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Profesor Universitario. 
Miembro Correspondiente de la Academia de la Lengua, capitulo Carabobo.
Miembro de la Ilustre Sociedad Bolivariana de Venezuela.
Miembro de la Digna Sociedad Divulgadora de la Historia Militar de Venezuela.
Miembro de La Asociación de Escritores del Estado Carabobo.
Investigador en la Asociación para el Fomento de los Estudios Históricos en Centroamérica

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