sábado, 20 de septiembre de 2014

Dr. Asdrúbal González Servén...Cuando los porteños fuimos holandeses.

Detalle de un Autorretrato de Rembrandt (1640)

Hubo un tiempo en el cual Puerto Cabello, Curazao y Tucacas, integraron un triángulo holandés... En la región porteña aún no se había establecido un poblado, pero su puerto servía de carenero a la travesía atlántica, y de estancia para invernar los buques holandeses. Curazao desde hacía varias decadas era depósito de mercancías, que después se trasegaban en Tierra Firme. Las Tucacas, que así llamaron a los cayos del extremo noroccidental del Golfo Triste, eran cabeza de puente para penetrar tierra adentro. El tiempo al cual nos referimos fue el de los albores del año mil setecientos.

Curazao, desde que en el año 1634 fue ocupada por los holandeses, se convirtió en una avanzada comercial sobre Venezuela. El comercio irregular comprometió a los habitantes del territorio, sin importar jerarquías ni color de la piel: era necesario vestir y calzarse, y sobre todo, comer. La Corona española nunca correspondió eficazmente a las necesidades de abastecimiento de sus posesiones ultramarinas. Comerciar al margen de la Real Hacienda fue entonces una necesidad económica, que permitió a la ya consolidada aristocracia criolla, fundar sus privilegios, además del cultivo del cacao, sobre las ganancias proporcionadas por el contrabando.

El escenario del comercio ilícito sería en particular la zona costanera e interiorana de la región central, por las circunstancias de ser la más poblada y la principal productora de frutos comerciables. Lugares deshabitados, como las riberas del Golfo Triste, sirvieron de almacenes provisorios a productos de territorio adentro, canjeados después por mercancías llegadas a bordo de navíos extranjeros desde tierras lejanas.

Cómo sería el tráfico comercial, que hubo años en la segunda década del Siglo XVIII, en que se contaron hasta cuarenta buques extranjeros entre punta Patanemo y Las Tucacas. La posesión por los holandeses de los puertos de Cabello, Borburata, El Palito, Punta de Chávez, Boca de Aroa..., imposibilitó el ejercicio del poder real. Actuaban los holandeses como si estuvieran en sus propios dominios.

El poblamiento de Tucacas fue posible por la especial condición de su cercanía a Curazao: ¡apenas veinte leguas de mar! Los contrabandistas holandeses lograrán una muy especial alianza con los compradores y a la vez productores venezolanos. El asentamiento, a sesenta leguas de Caracas (ciudad capital de la Provincia), será prueba de que el comercio une a los pueblos. En aguas de los numerosos cayos tucaqueños echarán anclas hasta treinta naves simultáneamente, algunas de trescientas toneladas y muchos cañones. Como debían permanecer hasta doce meses para vender la carga transportada desde Europa y cargar a su vez los frutos de la tierra, se construyeron depósitos y almacenes, se cultivaron huertas, y se criaron aves de corral y diversos ganados.

“Los Mercaderes de la Europa”, como se denominaría a los holandeses, propiciaron un desarrollo mercantil que tuvo su emporio en todo el Golfo Triste. Se hizo necesario entonces transformar en poblado lo que nació cual factoría del contrabandista ultramarino. El año del primer asiento holandés en Tucacas fue el de 1708, y el nombre de su fundador Jorge Cristiano. Junto a los almacenes sugieron barracas y maestranzas para calafatear buques; y como eran judíos los primeros pobladores, se construyó una sinagoga. En los alrededores del poblado florecieron diversos sembradíos y pequeños hatos de ganado, que proporcionaron múltiples recursos alimentarios.


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