TRANSCENDIENDO LA HISTORIA; Órgano informativo de la Sociedad Divulgadora de la Historia Militar de Venezuela
(Capitulo Puerto Cabello)
Quizás en la historia
venezolana, no exista un suceso menos conocido que el bloqueo a Venezuela en 1902.
Esto se debe a la censura impuesta desde sus inicios por el gobierno de
Cipriano Castro, en su afán por mantener su pregonada imagen de invicto.
Castro, por sus drásticas
medidas de corte nacionalistas, se enemisto con las empresas transnacionales.
Esto motivo a que Inglaterra y Alemania, reclamaran los daños sufridos por sus
súbditos en Venezuela y solicitasen el pago de las deudas contraídas. El cobro
de estas acreencias hizo crisis en 1902, año en que se llevó a cabo el vergonzoso
bloqueo a las costas venezolanas.
Ultimátum
imperial
El 7 de diciembre de ese año,
el británico W. H. D. Hagard y el alemán von Pilgrim-Baltazzi, ambos ministros
de sus respectivas naciones acreditados en Caracas, enviaron sendas notas a
nuestra Chancillería. La del británico, terminaba diciendo que “tenia carácter de ultimátum”, la del
alemán, aunque no mencionaba la cruel palabra, agregaba que si Venezuela no
comenzaba a discutir la deuda, “Alemania
obraría para obtener satisfacción”.
Estos documentos planteaban
que las potencias estaban dispuestas a ir a conversaciones, sin embargo no se
le dio respuesta en el lapso de tiempo esperado. López Baralt, dio una
increíble excusa: “el telegrama llego un
domingo, día no laborable”, es como si se aplazara una batalla por ser día
de fiesta.
¿Bloqueo o guerra?
Dos días después del ultimátum
imperial, quince naves de las armadas inglesa y alemana en operación conjunta, atacaron
el puerto de La Guaira,
desembarcando tropas en los muelles, de
los cuales se apoderaron.
A las doce de la noche, las fuerzas
alemanas atravesaron la ciudad para conducir a sus representantes diplomáticos
a la flota y así ponerlos a salvo de una eventual represalia venezolana. A las cinco
de la mañana del siguiente día, los ingleses harían lo mismo.
La
flota humillada
Al no estar a la altura de las
circunstancias, la pequeña flota de guerra venezolana no opuso ninguna
resistencia. Estaba nuestra flota compuesta por naves de procedencia civil,
armadas con cañones y lanzatorpedos para su uso militar. En total eran diez
cañoneros, un transporte y un remolcador, que fueron apresados por los
alemanes.
Los ingleses remolcaron a mar abierto a
los cañoneros Totumo y General Crespo, y los hundieron. Mientras que dos buques
alemanes apresaron en Guanta un vapor de guerra venezolano. En la isla de
Trinidad los ingleses capturaron al cañonero
Bolívar
y lo sumaron a su flotilla. La humillación no pudo ser mayor, obligaron al
buque insignia de la armada venezolana a navegar con bandera británica.
Antiimperialismo
e imperio preocupado
El presidente Cipriano Castro, ordeno
la preparación general del ejército para responder a la desigual confrontación
y aumento su plataforma política mediante un oportuno acercamiento del Mocho
Hernández, su principal opositor. En las principales ciudades del país se produjeron
ruidosas manifestaciones de apoyo a Castro, en un evidente nacionalismo
antiimperialista. El gobierno norteamericano, preocupado ante los
rumores del interés británico/alemán de asentar bases permanentes en territorio
venezolano, se ofreció como mediador.
La inexplicable fiesta
porteña
Desde que se supo lo sucedido en La Guaira, Puerto Cabello se
convirtió en un pandemonium, la ciudad parecía estar en pleno carnaval, las
muchedumbres colmaban sus calles, cada esquina producía sus oradores
improvisados que declamaban sus discursos patrióticos, estos eran amenizados
con cohetes, triquitrakis y vítores. Los botiquines estaban abarrotados, pues
el patriotismo era la excusa perfecta para tomarse unos tragos. Pareciese que
celebráramos el estar bloqueados.
El
padre Chirivella y su cañoncito
La
Gobernación
de Puerto Cabello, publico un bando llamando a todos a sumarse a la resistencia
contra los sitiadores. Sin embargo, Puerto Cabello, apenas contaban con los
viejos cañones heredados de la guerra independentista, estos se encontraban en
el suelo por el deterioro de sus centenarias cureñas. Casualmente en esos días
había llegado un pequeño cañón montado en su cureña de ruedas, que fue toda una
novedad, pues este cargaba sus proyectiles por la parte posterior, a
diferencias de los viejos cañones que se cargaban por la boca.
El problema más preocupante con el
cañón, era que nadie sabía usarlo. Soluciono este problema el presbítero
Chirivella León, al ofrecerse a manipularlo, aduciendo que el había trabajado
en un taller mecánico y con tan buenas credenciales le nombraron “Jefe de
Baterías”. Al solucionarse este problema inmediatamente se presento otro, las
balas eran mas grandes que el diámetro del cañón, pero nuevamente el padre Chirivella
León, aseguro, que el encontraría la manera de hacerlo disparar.
El
padre Chirivella y su cañoncito ambulante
El padre Chirivella
León, se llevo su cañoncito, seguido de toda una algarabía de muchachitos porteños
y lo coloco en la muralla a la altura de la iglesia del Rosario, mientras que aproximadamente
a doscientos metros, estaba el acorazado británico “Charybdis”, que ensoberbecido
se paseaba con movimientos que describían la forma de un ocho en nuestra bahía.
El señor Guillermo Roo, quien pasaba por el lugar, saludo
al padre Chirivella y el envalentonado cura le contesto: “Aquí me tiene, preparándome para meterle un frutazo al primer crucero
que se nos enfrente” y Guillermo Roo, le dijo: “Ni sus balas llegaran allí y si llegasen, no le harán al barco ni el
morado. En cambio, padre, tenga cuidado cada vez que vaya a mover las manos,
pues desde ese acorazado le vigilan a Usted con poderosos lentes y si notan que
Usted hace ademán de disparar, antes de que se de cuenta estará con su
cañoncito en Borburata y lo que es peor, para hacerlo desaparecer a Usted y a
su batería, echaran abajo el templo y varias manzanas de casas alrededor”.
El padre Chirivella León, al escuchar el intimidante
razonamiento del señor Roo, se arremango las mangas de su sotana y traslado su
cañoncito, seguido de los chiquillos con su algarabía, por las calles porteñas
hasta las faldas del cerro Las Vigías. Nunca sabremos si el presbítero
Chirivella León le adapto las balas al cañoncito, porque este nunca disparo.
Los jóvenes patriotas…
Desde antes del bloqueo, en nuestros muelles sin darle
mucha importancia a los acontecimientos, descargaba carbón tranquilamente el
vapor mercante ingles “Topaze”, cuando el 10 de diciembre, un grupo de jóvenes
porteños, exaltado su patriotismo por el licor, subieron a bordo, arriaron la
bandera británica, la pisotearon y la quemaron. El capitán y varios oficiales
del barco, los golpearon y los encerraron en un inmundo camarote, mientras la
multitud enardecida se agolpaba en el muelle de manera amenazante.
La respuesta que
no llega…
No tardo en llegar al despacho del general Mora, gobernador
de Puerto Cabello, una nota suscrita por los comodoros Montgomery comandante
del acorazado británico “Charybdis” y
Schoerder del acorazado alemán “Vineta”,
pidiendo una explicación, si no la obtenían antes de las cinco de la tarde del
13 de diciembre, demolerían el edificio nuevo de la aduana a cañonazos.
Inmediatamente, tanto por teléfono como por telégrafo, la gobernación puso al
corriente al presidente, pero este inexplicablemente no dio respuesta,
arriesgando la seguridad de nuestra ciudad.
Los cuatro generales de Puerto Cabello: Vicente Emilio
Mora gobernador de Puerto Cabello, Secundino Torres comandante de las fuerzas
de la plaza, Carlos Silverio comandante del Fortín Solano y Julio Bello
comandante del Castillo San Felipe, preocupados pensaron dar la explicación
pedida por la flotilla bloqueadora, pero un colombiano llamado Eustorgio
Arrieta, amigo, protegido y confidente del presidente Castro, les hizo ver que
no podían hacer eso sin consentimiento de Cipriano Castro.
Comienzo de la
tragicomedia porteña
El día señalado 13 de diciembre, faltando poco para las
cinco de la tarde, llego el telegrama de Castro, el cónsul americano W. H.
Volkmer corrió con la explicación, pero antes de llegar al muelle dieron las
cinco de la tarde y comenzó el bombardeo que duro veinte minutos, sorprendiendo
al comandante del castillo recostado en una silla de cuero amolándole las
espuelas a un gallo. Comandante, silla y gato, saltaron del susto.
La ciudad que
agarro el cerro…
Como resultado del bombardeo se rindió
Puerto Cabello, tomaron por asalto el castillo San Felipe y el
fortín Solano de Puerto Cabello, donde fueron arriadas las banderas
nacionales e izadas las banderas inglesas y alemanas. Duramos tres meses sufriendo
la humillación de ver ondear banderas alemanas e inglesas en nuestras
fortalezas San Felipe y Solano.
Los presos del castillo atravesaron a
nado el canal que los separaba de la ciudad. Luego se verían a infinidad de
ellos por los lados de Borburata, pidiendo un centavo o un pedazo de pan, pero
no cometieron ningún tipo de fechorías. Fueron
momentos de verdadera angustia para la población, que abandono totalmente la
ciudad, dejando las puertas abiertas y las comidas a medio cocinar y se interno
en la serranía.
El comandante y tropa del Fortín
Solano, así como cerca de mil milicianos también se escondieron en los cerros
aledaños. El único jefe que no corrió fue el general Vicente Emilio Mora, quien
en medio de la metralla se dirigió al muelle a poner orden. Los ingleses se
llevaron del castillo algunos cañones de bronce de gran valor histórico, así
como algunos grillos grandes, “Para
exhibirlos en un museo y que conozcan las maneras en que se tratan los
venezolanos unos a otros”, según las propias palabras del comodoro
Montgomery.
Hagamos
leña del árbol caído
Pocos días después, al grupo anglo/germano
se unieron dos buques de la armada italiana para servir a la expedición en
tareas de acompañamiento logístico. También se unieron a esta vergonzosa acción:
Holanda, Bélgica, España y México.
El famoso
disparo del Fortín Solano
Al momento del bombardeo se dice que hubo un disparo
desde el fortín, algunos lo niegan, otros dijeron que había sido el capitán
Meyer y otros entre los que se cuenta López Contreras, sostienen que fue
Antenor Ugueto, quien lo hizo, sin embargo la gran mayoría dice que fue un
soldado desconocido, quien en el momento que huía la tropa, acerco un fósforo
encendido al oído del cañón. A pesar de que este fue el único disparo que se le
hizo a la flotilla sitiadora, este cañón solo estaba cargado con pólvora y
taco, o sea que fue un disparo de salva. La respuesta del “Vineta” no se hizo
esperar, desmontando con dos certeros disparos los dos cañones que estaban en
el fortín.
Las gaitas de
diciembre…
Nuestros habitantes porteños no perdieron su humor y
ellos mismos se hicieron objetos de chistes y como era diciembre, se compusieron
algunos aguinaldos relativos al evento. Concluiré esta entrega llevándole una cuarteta
de algunas de estas ocurrentes composiciones musicales: “Cuando la fragata/disparo el cañón/toda la comida/quedo en el fogón”.
Nelson Vielma