Por: Emb. (Mex.) Antonio Pérez Manzano.
El desempeño de las labores diplomáticas de cualquier servicio exterior, exige funcionarios bien preparados, no solamente en el aspecto profesional o intelectual, sino también en el físico.
Desde el momento en que un funcionario es comisionado en una representación en el exterior, empieza una especie de “estrés”, que se contagia al resto de la familia –cuando la hay-. ¿Cómo será el país de destino? Además, las cuestiones relacionadas con el idioma, el clima, facilidades para el estudio y otros satisfactores de la vida, serán durante un tiempo temas de conversación con diferentes personas. ¿Será necesario tomar un curso del idioma de ese país antes de partir? O de otro modo, ¿al llegar habrá facilidades para aprender esa otra lengua? ¿Cómo estará el nivel de rentas de vivienda, en cuanto a costos y posibilidades de encontrar un lugar decoroso, seguro y bien ubicado?
Las cuestiones relacionadas con la atención de la salud también preocupan al funcionario y demás miembros de la familia. Inclusive, si no conoce al jefe con el que va a trabajar y a los demás futuros compañeros de oficina, también va a ser otro motivo de preocupación.
No sobra decir que, a las dificultades anteriores, habría que agregar que la profesión tanto diplomática, como consular, se ha convertido en algo peligroso. Las embajadas como expresión máxima de la voluntad de los Estados para mantener relaciones amistosas, hasta hace algún tiempo gozaban de completa inviolabilidad, la que abarcaba a los edificios, los archivos y, sobre todo, a los funcionarios con rango diplomático. Estos últimos eran respetados, tanto en sus vidas como en sus pertenencias. Con el surgimiento de problemas políticos y sociales locales, con la exacerbación de sentimientos nacionalistas y religiosos, se ha llegado a tomar a las representaciones diplomáticas y a los funcionarios, como rehenes para apoyar determinadas demandas.
Como ha sido una tradición en las relaciones internacionales, en las embajadas de México -principalmente en países de América Latina- se ha venido practicando el otorgamiento del asilo diplomático a personas perseguidas por motivos políticos. Esta acción predominantemente humanitaria, en términos generales resulta contraria a los intereses del Estado ante el cual se está acreditado y a quien se le quita de las manos a un perseguido, que sin la protección de la embajada pone en peligro su seguridad y hasta la vida. En más de un caso el agente diplomático responsable de dicha acción pasa a convertirse en enemigo del gobierno perseguidor, así como de grupos o personas extremistas afines al mismo. Inclusive, hasta hace algunos años, a falta de una comunicación fluida, o por otras razones, el titular de la embajada se veía obligado a tomar personalmente la decisión de otorgar el asilo, con lo cual quedaba expuesto al juicio de los actores en el caso. El Estado receptor podía acusarlo de intervención en asuntos internos; la opinión pública podía declararlo héroe o favorable a determinada corriente política, y su propio gobierno, esperaba el resultado de los acontecimientos. Si el desenlace era positivo, no había premios ni recompensas, pues hizo lo correcto; si había algo qué criticar, el jefe de misión era el único responsable y podía peligrar su puesto y su carrera.
De igual manera ha surgido la práctica de la toma de embajadas, por parte de grupos de personas que pretenden presionar a su gobierno por algún tipo de demanda. Se trata de una invasión simulada con solicitudes de información sobre algún tópico, y ya estando en la sede diplomática se declaran “asilados”, o “refugiados”. La reacción natural del embajador o del negociador comisionado será la de convencerlos de que el suyo es un asunto interno, que compete a las autoridades nacionales; así como disuadirlos de declararse en alguna de las categorías como las arriba señaladas, para no entorpecer las negociaciones que irremediablemente se producirán con las autoridades locales al enterarse de la irrupción de varios de sus nacionales a la embajada. Uno de los propósitos es evitar que los ánimos se exalten al grado de que se genere violencia, así como demostrar al Estado donde se está acreditado, que no existe la mínima voluntad de intervenir en sus asuntos internos.
Desafortunadamente, se han producido casos lamentables, como el que tuvo lugar en noviembre de 1979 -precedido de una multitudinaria manifestación estudiantil-, se produjo un asalto a la embajada de los Estados Unidos en Teherán, Irán. En dicha ocasión fueron tomados como rehenes 52 estadounidenses, permaneciendo así durante 444 días (del 4 noviembre 1979 al 20 enero 1981), mientras que seis diplomáticos lograron escapar de la embajada durante la toma, los cuales fueron refugiados por el embajador canadiense, quien los tuvo en su residencia hasta su rescate (con un plan aparte del diseñado para quienes quedaron en la embajada). El Presidente Carter llamó a las víctimas del secuestro "víctimas del terrorismo y la anarquía" y añadió que Estados Unidos no iba a ceder al chantaje.
Otro caso, el de la Embajada de España en Guatemala, que aconteció el 31 de enero de 1980, cuando se encontraban en una entrevista con el embajador español, Máximo Cajal y López, el ex vicepresidente de ese país centroamericano Eduardo Cáceres Lehnhoff, el ex canciller Adolfo Molina Orantes y el jurista Mario Aguirre Godoy. Ingresó un grupo de supuestos campesinos solicitando la intervención del gobierno español ante denuncias de matanzas atribuidas al ejército guatemalteco, en la región del Quiché. Como es fácil deducir, ante tales circunstancias, el embajador se vio en la necesidad de atenderlos. Se asegura que la policía ya estaba al tanto del asunto y que recibió órdenes de tomar por asalto la embajada. El edificio fue incendiado, supuestamente por alguno de los visitantes, aunque hay quienes afirman que fueron las fuerzas de seguridad guatemaltecas. El saldo doloroso fue de 37 muertos, entre ellos el cónsul español Jaime Ruiz del Árbol, el ex vicepresidente de Guatemala Eduardo Cáceres, el ex canciller guatemalteco Adolfo Molina y Vicente Menchú, uno de los líderes de los indígenas ocupantes. Solamente dos personas lograron salvarse, con quemaduras graves; entre ellas el embajador Cajal y un indígena de nombre Gregorio Yujá, que pocos días después fuera asesinado. Como consecuencia de lo anterior se produjo el rompimiento de relaciones diplomáticas entre España y Guatemala; el cual se mantuvo hasta 1984.
El asalto de la Embajada de Japón en Lima, Perú, tuvo gran resonancia internacional, ocurrió el 17 de diciembre de 1996. En dicha ocasión un grupo de 14 guerrilleros pertenecientes al Movimiento Revolucionario Túpac Amaru (MRTA), irrumpieron en la residencia oficial del embajador japonés, cuando se ofrecía una recepción oficial para celebrar un aniversario del Emperador Akihito. A tal celebración asistía el cuerpo diplomático acreditado ante el gobierno del Perú, que por entonces estaba gobernado por el Presidente Alberto Fujimori, por cierto descendiente de japoneses. El hecho es que con las armas en la mano tomaron como rehenes a gran número de diplomáticos –con excepción del Embajador de México, quien hacía unos momentos había abandonado la recepción-, representantes del gobierno, algunos militares de alto rango y hombres de negocios.
La mayoría de los rehenes fueron liberados, las mujeres fueron puestas en libertad la misma noche en que se perpetró el asalto a la embajada. Como antes se dice, entre los rehenes se encontraban oficiales de alto rango de las fuerzas de seguridad peruanas, incluyendo a Máximo Rivera, el jefe de la policía antiterrorista peruana y su ex jefe Carlos Domínguez. Entre los otros rehenes se encontraba Alejandro Toledo, quien posteriormente se convirtiera en Presidente de la República; así como un miembro del Congreso Nacional, Javier Diez Canseco. Por lo que se refiere a los 24 rehenes japoneses, cabe destacar que, entre ellos se encontraba la madre del presidente Fujimori y su hermano menor, Santiago. El líder de los terroristas fue identificado como Néstor Cerpa. Un segundo grupo de rehenes fue liberado luego de haber estado secuestrados durante 125 días y los últimos 72, fueron liberados el día 22 de abril de 1997, poco más de cuatro meses después del asalto a la embajada, como consecuencia de la irrupción de un comando especial de las Fuerzas Armadas del Perú. De acuerdo con un reporte oficial, el saldo de la acción liberadora fue la muerte de uno de los rehenes, dos oficiales peruanos y los 14 guerrilleros del MRTA.
Casos como los antes descrito se han producido en otras partes del mundo, con diferencias de matices; así como también ante conflictos bélicos internacionales, durante los cuales errores militares han provocado lamentables muertes de funcionarios diplomáticos de algunos países y de organismos internacionales. Viene al caso mencionar que, el 19 de agosto de 2003 ocurrió un atentado terrorista contra la representación de las Naciones Unidas en Bagdad, Irak, con un costo de 22 muertes y buen número de heridos. Entre los fallecidos en dicha ocasión, se encontró al Embajador del Brasil Sergio Vieira de Mello, Representante Especial del entonces Secretario General de las Naciones Unidas en Irak.
Por otra parte, el 31 de octubre de 2005, un grupo integrante del llamado “Ejército Islámico”, capturó en Kabul, Afganistán, a varios funcionarios de las Naciones Unidas, que llegaron a ese país para colaborar en el proceso electoral del 9 de octubre. Exigían el cese de las actividades de las Naciones Unidas, el retiro de tropas estadounidenses de territorio afgano y la liberación de presos de la base que mantiene Estados Unidos en Guantánamo. Uno de los cabecillas fue capturado y en juicio público, condenado a muerte el 17 de agosto, acusado de secuestrar a seis trabajadores electorales extranjeros en octubre de 2004.
Los trabajadores quedaron en libertad ilesos tras pasar casi un mes secuestrados y, según los informes, después de que se pagara un rescate por ellos. En su momento, un grupo talibán había afirmado tenerlos en su poder. Fuentes oficiales han afirmado que hay otros hombres implicados en el secuestro que siguen en libertad.
La lista y descripción de acciones en contra de representaciones diplomáticas o de funcionarios de la misma, podría ser larga. Los motivos, reivindicaciones nacionalistas, radicalismos ideológicos y religiosos e inclusive, razones para provocar el terror. También los hay personas o bandas que han atacado, robado, o secuestrado a diplomáticos, en acciones de delincuencia común o del llamado “crimen organizado”. Un caso reciente fue Secuestro del Embajador de México y su esposa en Venezuela, que después de negociar un posible rescate, ambos fueron liberados y sus captores, capturados.
Asimismo, para los diplomáticos de carrera existen algunos destinos, considerados como de “vida difícil”, en los que resulta peligroso, no sólo el ejercicio de la profesión, sino también enfermarse, no obstante que su residencia sea en la capital del país. Hay muchos casos documentados de miembros de la familia del diplomático que han sufrido enfermedades desconocidas, o de difícil diagnóstico que hacen difícil la recuperación total de la salud. Por todo lo anterior, se afirma que la profesión diplomática implica peligros y riesgos, para los cuales nadie está preparado.
Fuente: http://www.diplomaticosescritores.org/NumeroActual.asp?link=50_6.htm&num=51
No hay comentarios:
Publicar un comentario