Los masones solemos ufanarnos de ser los principales artífices de los grandes cambios que ha sufrido la humanidad en su historia. Desde el advenimiento de la Masonería Especulativa (entre 1550 y 1717), la Masonería, o mejor dicho: los masones, han –hemos- sido protagonistas de las más importantes transformaciones de la sociedad occidental en su conjunto: la Revolución Industrial, la Revolución Social Francesa, la emancipación de América, así como la creación de instituciones de carácter filantrópico y social (el Escultismo, la Cruz Roja y Media Luna Rojas, los hospitales Shrinners o Alcohólicos Anónimos por ejemplo) suelen mostrarse, entre los francmasones, como la mejor muestra de la aportación masónica al mundo.
Una de las mejores y más sencillas definiciones de la Francmasonería es que se trata de una Institución “filosófica, filantrópica y progresista”; al respecto de esto último, significa que la Orden promueve el progreso y el mejor perfeccionamiento individual de cada uno de sus miembros, lo que en consecuencia llevaría al avance de la sociedad en que se desenvuelve (es decir, al perfeccionar al individuo se mejora la sociedad). Por supuesto que ésta es sólo una de las varias interpretaciones que los masones otorgan a la Masonería, habiendo otras cada una de las cuales llega a mostrar otros aspectos de la misma Orden y de acuerdo a los intereses y la búsqueda personal que cada iniciado posee. Comprometida de origen con el progreso y la evolución de los pueblos en que reside, muestra quizás una contradicción en sí misma al señalar que “es profundamente respetuosa de las leyes de la comunidad o nación en que se asienta”. Contradicción que no es tal si nos damos cuenta que no ha sido la Masonería en sí la que ha originado estos saltos históricos evolutivos del pensamiento y la acción, sino los masones en sí. Baste recordar que, por ejemplo, la participación de los HH.·. Masones de la Gran Logia de Virginia en 1776 –George Washington, Paul Revere, John Adams y Thomas Jefferson– fue fundamental en la consecución de la Guerra Civil Americana, pero no fueron los únicos: solo nueve de los veintiséis firmantes de la Declaración de Independencia de Estados Unidos, eran masones. Lo mismo puede señalarse de la emancipación de América Latina, aunque resulta ocioso ignorar la gran contribución de Francisco de Miranda y la logia Lautaro.
De la misma forma, cabe señalar que la Masonería, de acuerdo a la ideología de sus miembros, puede dividirse en dos frentes: una Masonería dogmática, conservadora y tradicionalista y otra liberal, adogmática y heterodoxa. No debe entenderse el término “conservador” a partir del fanatismo religioso o de una militancia derechista: el conservador, en términos generales, busca la permanencia del statu quo que ha venido resultándole benéfico a sus intereses o a los de la nación; así, por ejemplo, por muy socialistas que fueran los militares de la “línea dura” soviética que en 1991 intentaron dar un golpe de estado a Mikjail Gorvachov, se trataba de personas conservadoras, en el sentido estricto del término. De igual forma, no todos los liberales son masones, ni todos los masones son liberales, como se han empeñado en hacernos creer los HH de mayor edad. Sin embargo, en contraposición al conservador, el liberal lo es porque busca romper ese statu quo que por años, décadas o hasta siglos se ha mantenido, creando algo nuevo, fresco y novedoso. En el siglo XIX mexicano, la Masonería Escocesa –que hoy se califica a sí misma como juarista y liberal– era la vertiente conservadora, mientras que la Masonería Yorkina y del Nacional Mexicano lo era de la mitad liberal, más caliente o tibia según el caso. Los conservadores mexicanos pro-monárquicos y pro-europeizar al país, buscaban mantener inalterables las instituciones que habían funcionado durante la época colonial (Iglesia, nobleza, monarquía, hacendados y militares) y habían hecho de la Nueva España una potencia económica; los liberales, republicanos, pro-democráticos y con Estados Unidos como modelo a seguir, por el contrario, trataban de quebrar el molde y formar un nuevo país con nuevas instituciones. Ordo ab Chao, el Orden desde el Caos.
¿Cómo pueden convivir dos corrientes del pensamiento tan opuestas en una misma Institución y ya no digamos en una misma logia? La respuesta simbólica quizás la hallemos al centro mismo del Templo, en el Pavimento Ajedrezado: los cuadros blancos y los cuadros negros armoniosamente dispuestos y conviviendo entre sí. La otra respuesta es que la Masonería es muy grande y universal para adjetivarla en uno u otro caso. En sí, lo que la Masonería es, y de ello no cabe la menor duda, una fomentadora del librepensamiento, así sea que el individuo se cargue hacia una ideología tradicionalista-conservadora o lo haga hacia una liberal-adogmática.
Si bien la Masonería propugna por la evolución de los pueblos, ha demostrado ser lo suficientemente ortodoxa cuando se trata de sí misma, negándose a veces, a verse al espejo. Es cierto, los valores, principios y virtudes que defiende la Masonería son universales y, por lo mismo, imperecederos. La Libertad, la Igualdad y la Fraternidad de los individuos y de los pueblos deben estar más vivos que nunca hoy, y la discusión en logia tan solo debiera restringirse hacia los métodos, alcances y aplicaciones de los mismos y no a la esencia de estos. En la Orden, la Tradición es importante. La Tradición en Masonería debe ser aquello que nos da un soporte y nos mantiene; conecta con el pasado y nos proyecta hacia el porvenir; son el fundamento formativo de las nuevas generaciones de masones... no obstante, la fortaleza de la Tradición depende de su capacidad para renovarse, pudiendo modificar su forma para adaptarse a nuevas circunstancias, sin perder por ello su sentido. Hay una cierta hipocresía en algunos masones que sostienen que los rituales (y en especial los Landmarks), no han sufrido alteración alguna en trescientos años, lo cual es incorrecto, pues las liturgias empleadas han ido adaptándose de forma paulatina a los cambios que exige la sociedad en la que se desenvuelve la Masonería: tan solo con comparar, por ejemplo, el ritual de primera cámara impreso por la Gran Logia Valle de México y la propia de la Gran Logia Unida Mexicana de Veracruz (por citar dos analogías del Rito Escocés Antiguo y Aceptado hoy en día), saltan a la vista multitud de cambios y adaptaciones que desde tiempo atrás se han venido haciendo. No existe una Tradición, existen varias tradiciones. Pretender volver a lo antiguo, a lo que se hacía en 1717 o 1723 no es un cambio evolutivo, sino un salto hacia atrás, lo cual echa por tierra el concepto de “Masonería Progresista”.
Cabría aquí defender la postura del esoterista René Guénon respecto a la Tradición, quien señala que con ésta se alude a contenidos y prácticas trasmitidos durante siglos que mantienen abierta una vía de acceso a la verdad absoluta del hombre y la relación de este con Dios y la creación. Esta Tradición es única para toda la humanidad, y se manifiesta de forma superficialmente distinta en los diferentes pueblos y religiones, variando según el contexto, pero manteniendo siempre intacta la parte interior o esotérica (que es inalterable e incomunicable). La cadena se rompe con la época moderna, en la que se pierde la Tradición verdadera y solo persisten sucedáneos que no remiten a ninguna realidad trascendente, pues se trata sólo de manifestaciones físicas reproducibles, y no de realidades interiores que se externalizan a través de múltiples formas, ajustándose a los límites establecidos por la misma tradición.
Guénon nos da la pauta al señalar que la Tradición varía según el contexto, lo que he señalado con antelación. A decir del ejemplo anterior: las liturgias de Valle de México y de Veracruz no carecen de validez, pues examinándolas concienzudamente podemos argüir que mantiene incólume la parte esotérica a que alude el esoterista francés. Lo verdaderamente trágico es que el masón que escucha repetir como merolicos de plaza a los Hermanos que llevan el ritual no capte la esencia de lo que se dice y hace, no haga suyo el ritual y las enseñanzas y los principios de la Orden. En este sentido, la Tradición Masónica pierde su efecto y de las logias saldrán solo profanos bien informados del quehacer masónico y no masones bien instruidos.
En cuanto al orden administrativo, jurídico y político, la Masonería en efecto debe adaptarse a las nuevas circunstancias que imperan en el mundo. Ya pocas son las personas que utilizan una máquina de escribir y cada vez más quienes ocupan las nuevas tecnologías... pero ¡cuidado! La tecnología tampoco es la panacea ni la solución final que esperamos para resolver nuestros problemas: es tan solo una herramienta que, como todo útil de trabajo, puede usarse para bien o para mal. No obstante, la Masonería, en el campo de la evolución de las ideas, se ha venido quedando rezagada respecto al resto del mundo. No resulta extraño que a ojos vistas del profano, se nos identifique como una sociedad conservadora y tradicionalista, a la que le gusta vivir de sus pasadas glorias históricas. ¿Hemos olvidado la vocación progresista y reivindicadora de la Masonería? ¿Es que acaso la Masonería ha llegado al pináculo de sus metas y ahora ya puede descansar contenta y satisfecha del deber cumplido? Lo cierto es que la Masonería aún le debe a la humanidad la formación de nuevos masones progresistas, de una nueva generación de benefactores que continúen el legado que nos han dejado Washington, Franklin, Bolívar, Juárez, Gandhi, o Luther King y no pierda su verdadera esencia y su vocación emancipadora de individuos.
Ya lo dijo el V.·.H.·. José Martí de forma contundente:
“HAGA HOMBRES QUIEN QUIERA HACER PUEBLOS”.
Es Cuanto.
“HAGA HOMBRES QUIEN QUIERA HACER PUEBLOS”.
Es Cuanto.
Por Héctor Ortega C.
No hay comentarios:
Publicar un comentario