El mundo cambia mucho más rápido de lo
que percibimos. La revolución de las comunicaciones ha hecho que
internet pase a ocupar el centro del campo de batalla internacional,
máxime cuando los conflictos en política exterior se desenvuelven hoy
más en el ámbito cultural, económico y de las ideas que en el militar.
Es una época en la que además, los actores internacionales han
proliferado, así como el número de interlocutores de los Estados, los
cuales se encuentran expuestos a nuevos desafíos.
La anterior Secretaria de Estado
norteamericana, Hillary Clinton, intuyó estas transformaciones y puso
especial atención en la amenaza del ciberterrorismo -al igual que la
reciente Estrategia de seguridad nacional española-, desarrollando al tiempo una agenda muy centrada en la
diplomacia digital. Contó con la ayuda de Alec Ross, experto en
innovación, e impulsó decididamente el alcance de la e-diplomacy, fortaleciendo una oficina que cuenta con 150 profesionales in situ
y otros más de 900 repartidos por el mundo. A este precedente le han
sucedido los casos de Reino Unido, Canadá o Israel, siendo China la
última nación en anunciar, el pasado 20 de junio, la apertura de este
tipo de unidad. No podía ser menos tal despliegue, dada la magnitud que
ha adquirido la red, en la cual se crean 10 mil nuevas websites cada
hora y por la que navegan 2.000 millones de internautas. La aparición a
principios de 2000 de la segunda generación de internet, la llamada Web
2.0, que rebasa la comunicación unidireccional y posibilita la
interacción a través de múltiples plataformas (Facebook, Spotify,
aplicaciones móviles, etc.), no ha hecho sino redoblar su presencia en
la vida diaria de los ciudadanos. Los 70 millones de blogs o los más de
200 millones de usuarios que acoge Twitter -un número similar a su
análogo chino, Weibo- así lo acreditan.
Las instituciones políticas han tenido
que adaptarse a esta realidad inédita, de notable efecto sobre las
mentalidades. Una primera impresión quizá lleve a pensar que los
políticos tan solo han buscado aprovecharse de los beneficios que pueden
extraer de la red. El caso Snowden ilustra esta opinión. Sin embargo,
más interesante que el asunto en sí, resulta la puesta al día que se han
visto obligadas a acometer las administraciones. Dicha actualización ha tomado el nombre de Open Government
-que tanto recuerda a la noción de “sociedad abierta” de Karl Popper-
en virtud de las exigencias de transparencia y de cambio organizacional
que lleva implícita, además de la apertura de nuevos cauces de
comunicación con los ciudadanos. A este respecto, tanto el proyecto
español de la ley de Transparencia como el de la reforma de las
Administraciones Públicas, abrieron en sus portales online la
posibilidad de que todo interesado enviase sus recomendaciones.
Retomando el mismo espíritu, la diplomacia digital consiste en una especie de Open Government
aplicado a la esfera internacional, debidamente filtrado por el
lenguaje diplomático. La idea-fuerza es que si cada ciudadano tiene el
potencial de ser un informante, un periodista o un analista -vía web-,
los diplomáticos, cooperantes y funcionarios del ramo también están en
disposición de serlo, haciendo uso de herramientas como Twitter,
Youtube, Flickr o creando blogs y nodos especializados de trabajo, en
aras de servir así al Ministerio y a su país. Un servicio que no sólo
cabe interpretar en clave de soft power, de influencia
persuasiva, sino que también resulta útil para solventar gestiones
puntuales (emergencias consulares, trámites internacionales, voto en el
exterior…)
Sin duda, el potencial democratizador de
estos usos e iniciativas, ligadas al ejercicio de la libertad política,
es inmenso, pero no conviene confiarse: en los sistemas autoritarios es
sencillo instrumentalizar las redes sociales y utilizarlas para
rastrear conatos de disidencia. Corresponderá de nuevo a los gobiernos y
las sociedades occidentales dar ejemplo, velar por la correcta gestión
de las redes digitales, deslindar entre la calidad y el infundio y
equilibrar las garantías de seguridad con el derecho a la privacidad.
Por; Pierre Cubique.·.
No hay comentarios:
Publicar un comentario