CANTO A ESPAÑA
Andrés Eloy Blanco
I
Yo me hundí hasta los hombros en el mar de Occidente,
yo me hundí hasta los hombros en el mar de Colón,
frente al Sol las pupilas, contra el viento la frente
y en la arena sin mancha sepultado el talón.
Trajo hasta mí la brisa su cascabel de plata,
me acribilló los nervios la descarga solar,
mis pulmones cobraron un aliento pirata
y corrió por mis venas toda el agua del mar.
Alcé los brazos húmedos a la celeste flama,
y cuando cayó en ellos el tropical fulgor
cada brazo creció, como una rama,
cada mano se abrió como una flor.
Súbitamente el agua gibóse en un profundo
desbordamiento de maternidad...
Me sentí grande, inmenso, sin cabida en el mundo,
infinito y molécula, multitud y unidad.
Volví los ojos hacia mí: yo mismo
me oí sonoro, como el caracol,
¡y el ave de mi grito voló sobre el abismo,
bebiendo espuma y respirando sol!
Sentí crecer raíces en los pies, y por ellos
una savia ascendente renovaba mi ser;
hubo un afán de brote del torso a los cabellos,
cual si toda la carne me fuera a florecer.
Sombrado allí, bajo la azul rotonda,
integre la metáfora ancestral:
árbol en cuyo tronco se parte en dos la onda
y en cuya copa se hace trizas el vendaval...
¡Noble encina española de los Conquistadores,
que en mitad del Océano perfumas el ciclón,
bajo el mar las raíces, junto al cielo las flores
y perdida a los cuatro vientos la ramazón!
¡Cuando yo florecía, con los brazos tendidos,
eras tú quien estaba floreciéndome así,
y fui sonoro porque tuve nidos
cuando tus ruiseñores anidaron en mí!
¡Árbol del Romancero, Tronco de la Conquista,
Raza donde Dios puso su parte más artista.
follaje donde vino la paloma a empollar!
Surja a tu sombra el canto que incendie la ribera,
mientras te cubre con su enredadera
la reverberación crepuscular...
II
No son para la Lira manos que odian la calma;
¡para cantarte me he pulsado el alma!
Con un temblor de novia que se inicia,
con un azoramiento de novicia,
el candor de las páginas, rebaño de gacelas,
aguarda ante mis ojos la llegada del Cántico,
virgen como la espuma del Atlántico
antes del paso de las carabelas...
III
¡La Partida! Cacique, alza la frente
y cuéntame de nuevo lo que has visto;
tres naves que llegaron del Oriente,
como los Reyes Magos al pesebre de Cristo.
Desprendida del texto, sobre la mar caía
de Balaam la vieja profecía.
Con un fulgor total de luna llena,
marcando el derrotero,
parecía colgada de una antena
la mirada de Dios en el lucero.
¡Estrella que defines sobre la frágil onda
la ruta del bajel,
en ti sintetizaron su mirada más honda
los ojos de Isabel.
Andrés Eloy Blanco
I
Yo me hundí hasta los hombros en el mar de Occidente,
yo me hundí hasta los hombros en el mar de Colón,
frente al Sol las pupilas, contra el viento la frente
y en la arena sin mancha sepultado el talón.
Trajo hasta mí la brisa su cascabel de plata,
me acribilló los nervios la descarga solar,
mis pulmones cobraron un aliento pirata
y corrió por mis venas toda el agua del mar.
Alcé los brazos húmedos a la celeste flama,
y cuando cayó en ellos el tropical fulgor
cada brazo creció, como una rama,
cada mano se abrió como una flor.
Súbitamente el agua gibóse en un profundo
desbordamiento de maternidad...
Me sentí grande, inmenso, sin cabida en el mundo,
infinito y molécula, multitud y unidad.
Volví los ojos hacia mí: yo mismo
me oí sonoro, como el caracol,
¡y el ave de mi grito voló sobre el abismo,
bebiendo espuma y respirando sol!
Sentí crecer raíces en los pies, y por ellos
una savia ascendente renovaba mi ser;
hubo un afán de brote del torso a los cabellos,
cual si toda la carne me fuera a florecer.
Sombrado allí, bajo la azul rotonda,
integre la metáfora ancestral:
árbol en cuyo tronco se parte en dos la onda
y en cuya copa se hace trizas el vendaval...
¡Noble encina española de los Conquistadores,
que en mitad del Océano perfumas el ciclón,
bajo el mar las raíces, junto al cielo las flores
y perdida a los cuatro vientos la ramazón!
¡Cuando yo florecía, con los brazos tendidos,
eras tú quien estaba floreciéndome así,
y fui sonoro porque tuve nidos
cuando tus ruiseñores anidaron en mí!
¡Árbol del Romancero, Tronco de la Conquista,
Raza donde Dios puso su parte más artista.
follaje donde vino la paloma a empollar!
Surja a tu sombra el canto que incendie la ribera,
mientras te cubre con su enredadera
la reverberación crepuscular...
II
No son para la Lira manos que odian la calma;
¡para cantarte me he pulsado el alma!
Con un temblor de novia que se inicia,
con un azoramiento de novicia,
el candor de las páginas, rebaño de gacelas,
aguarda ante mis ojos la llegada del Cántico,
virgen como la espuma del Atlántico
antes del paso de las carabelas...
III
¡La Partida! Cacique, alza la frente
y cuéntame de nuevo lo que has visto;
tres naves que llegaron del Oriente,
como los Reyes Magos al pesebre de Cristo.
Desprendida del texto, sobre la mar caía
de Balaam la vieja profecía.
Con un fulgor total de luna llena,
marcando el derrotero,
parecía colgada de una antena
la mirada de Dios en el lucero.
¡Estrella que defines sobre la frágil onda
la ruta del bajel,
en ti sintetizaron su mirada más honda
los ojos de Isabel.
Tú recuerdas al nauta en su camino
que es Dios quien fija el rumbo y da el destino
y el marino es apenas la expresión de un anhelo,
pues para andar sobre el azul marino
hay que mirar hacia el azul del cielo!
Melchor, Gaspar y Baltasar de España,
siempre en el aire inédito al bauprés,
¡y tú, Mar de los Indios, a su paso te abrías
como el Jordán herido por el manto de Elías
y el mar de los milagros al grito de Moisés!
Traen los Reyes el oro de las joyas reales,
la mirra de la luz
y el incienso que luego subirá en espirales
del alma de los indios al árbol de la Cruz.
¡Qué sorpresa oceánica, que abismal armonía
la de aquellas auroras sin tormenta ni bruma,
mientras en los costados de la «Santa María»
derribaban las olas sus jinetes de espuma!
¡Qué prodigio de azul!
Las carabelas
tienen azul arriba y abajo y adelante.
Sólo un blanco: las velas:
Y un verdor de esperanza: el Almirante.
¡Quiero volver a España! -clamó la algarabía-,
porque no presentía en esa hora
que estando atrás España, su barca dirigía
hacia España la proa.
Y cuando al fin la Anunciación de Triana
fue de grímpola en prímpola, de mesana en mesana,
y en pleno mar la Isla irguió su flor,
para los Reyes Magos que buscaban su nido,
aquel mundo, del mar recién nacido,
fue como el de Belén, el Salvador.
IV
Y el Cacique de carne, desde el vecino cerro,
vio salir de las aguas unos hombres de hierro...
Mis caciques son ágiles, escalan las montañas
y sus pies son pezuñas y sus uñas guadañas.
La sierpe del Origen
cubrió los rudimentos de la casta aborigen;
de ella sacó el abuelo su astucia recogida
y en las Evas indianas multiplicó su vida.
Fue su cuna un nidal; la hoja de parra
no llega hasta el secreto de su sapiencia suma;
ave fue, porque sólo del huevo, luz y bruma
que las carnes desgarra,
se engendra al mismo tiempo el pie de garra
y el arco iris de la sien de pluma.
Marcan la eternidad de sus dolores
en piedra de Epopeya diez Cuzcos, diez Tlaxcalas;
abajo las cenizas de los Emperadores,
y arriba, el cuerno errante, que es el dolor con alas.
No piden a su Dios la buena suerte,
ni vana holganza, ni alegría estrecha;
dejan a lo divino lo que sigue a la muerte,
y el resto lo confían al tino de su flecha.
Y es su Pascua, La Pascua Matutina,
más clara que la Pascua jovial de Palestina,
porque si en los católicos rebaños
el Pastor galileo nace todos los años,
cada aurora del Indio florece epifanías
porque el Sol, Dios supremo, nace todos los días...
Esa era América. ¡Nadie te dio nada!
De ti lo esperó todo, tú fuiste el Dios y el Hada;
su palma estaba sola bajo el celeste azul,
su luz no era reflejo, sino lumbre de estrella;
presintiendo tus cruces, ya había visto Ella
cien calvarios sangrando bajo la Cruz del Sur.
Y hubo sangre en mis montes y no en mis llanos,
y tú fuiste hacia el Mundo con un mundo en las manos.
América, desnuda, dormía frente al mar,
y la tomaste en brazos y la enseñaste a hablar.
Y toda la excelencia
de tu sagrada estirpe -valor, trabajo, ciencia-
floreció por los siglos en el hombre injertado;
indio, cerebro virgen, español, alma en vuelo...
así en el campo nuevo, cuando pasa el arado,
la primera cosecha no deja ver el cielo...
V
Para cantar a España, traigan a nuestro coro
unos, su voz de bronce, y otros su voz de oro.
Poeta, labrador, soldado, todos,
en diversos altares y por distintos modos.
¡Poetas, por el numen vital del optimismo!
¡Canten sus églogas los labradores,
entone el jardinero su madrigal de flores
y agite el navegante su poema de abismo!
Y canten por la España de siempre, por la vieja
y por la nueva: por la de Pelayo
y por la que suspira tras la reja,
por la de Uclés y la del dos de Mayo;
por la del mar y por la de Pavía
y por la del torero... ¡España mía!,
pues siendo personal eres más grande;
¡por la de Goya y por la de Berceo
por el Pirineo,
que ansiando más azul subió hasta el Ande!
Por toda España, torreón de piedra
con un Cristo tallado, bajo talar de yedra.
Por la que da una mano del Quijote en Lepanto
y en Calderón descifra, como Daniel, la Vida,
y por la que saluda y tira el manto
cuando la cigarrera va a la corrida...
Por Gerona sin Francia, por Numancia sin Roma,
por Galicia emigrante, por Valencia huertana;
por la que se sonroja cuando asoma
el estilete de Villamediana;
por un Alfonso diez, que hace las leyes;
por un Alfonso trece, que es la ley de los Reyes,
por la que, mientras ruge Gonzalo en Ceriñola,
toma una espina al huerto de Loyola,
toma una flor al huerto de Teresa;
por Aragón, donde la Pilarica
dijo que no quería ser francesa...
por León y Asturias, Aventino de España;
por Guipúzcoa, dormida en la montaña;
por los tres lotos de las Baleares.
y por Andalucía que va a Sierra Morena
y Andalucía de la Macarena
y Andalucía de los olivares.
Por Canarias del Teide, que es un fanal y un grito
-canario de Canarias-. ¡Oh, dulce Don Benito!...
por Cataluña, cuerno de abundancia;
por Navarra, que dijo: -¡Mala la hubiste, Francia!
Por las lanzas de Diego velando una Menina;
por la tierra que ríos de maravilla riegan
y por Castilla, a cuyos pies doblegan
Saúl la espada y Débora la encina.
Castilla, hembra de acero de forja toledana,
cuyo canto en la vía requebró Santillana,
Castilla, que en las armas de Santander gobierna
su nave con las velas hinchadas de galerna;
Castilla del Imperio y de Padilla,
Castilla, que en sus Reinos es la Madre Castilla
para los goces y los desamparos,
desde Isabel, que forma la Escuadrilla,
hasta Victoria de los ojos claros...
Y canten por la España ultramarina,
la que dirá a los siglos con su voz colombina
que el Imperio Español, no tiene fin,
¡porque aquí, Madre mía, son barro de tu barro,
lobeznos de Bolívar, cachorros de Pizarro,
nietos de Moctezuma, hijos de San Martín!
... Y una vez que refleje la exaltación suprema,
por el prodigio vasco sintetice el Poema;
¡por el prodigio vasco! Tierra de Rentería,
donde el primer Bolívar, mirando al mar un día
pudo decir: -¡También Vizcaya es ancha!
¡Por ti, cántabra piedra, que me diste la gloria
de Aquel que va gritando por Historia,
caballero al galope de un rocín de la Mancha!
VI
¡Madre! Europa está toda florecida de espinos...
Ven... Aquí verás musgo en los senderos,
porque para tus lanzas no tenemos molinos
y para tus escudos no tenemos cabreros.
-¡Madre mía!- te digo, y se diría
que mi voz va creciendo si dice «¡Madre mía»!...
Ven, que por ti somos mercado y jubileo,
ven con la cruz y con el caduceo,
con tu enseña de sangre, donde flota una espiga;
¡sé tú, Ximena y Carmen, laurel entre claveles;
sé la España que tiene los ojos de Cibeles
y la España que lleva la navaja en la liga!...
De ese huerto en que fundes barros americanos,
América florida se te dará en olor;
así Dios, aquel día, tomó el barro en sus manos,
y el barro tuvo lágrimas y floreció de amor...
¡Hazte a la mar, España! Eres su dueño,
porque tus carabelas le arrancaron al Sueño,
y desde que, angustiado de trinos españoles,
el turpial de «Goyescas» se abatió en las arenas,
hay más gemidos en los caracoles
y son más armoniosas las sirenas.
¡Hazte a la mar, Quijote! Nave de la Esperanza,
una adarga la vela y el bauprés una lanza;
cierra contra el rebaño que en las olas bloquea,
cobra al futuro el secular reposo,
que hay en estas riberas del Toboso
lecho de palmas para Dulcinea.
¡Todo el mar de Occidente rebota de murmullos!;
¡el Árbol de la lengua se arrebuje en capullos!;
haya en España mimos y en América arrullos;
¡el mismo vuelo tiendan al porvenir las dos,
y el Mundo, estupefacto, verá las maravillas
de una Raza que tiene por pedestal tres quillas
y crece como un árbol, hacia el Cielo, hacia Dios!...
Pierre Cubique.·.
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