Puerta de Brandenburgo, uno de los símbolos de la ciudad alemana.
Con especial afecto al Dr. Luis R. Baptista Salas, Historiador nato y gran compañero de viaje.
Berlín es una ciudad con más vidas que un gato, capaz de renacer de
sus propias cenizas una y otra vez, de reinventarse a sí misma y así
reinventar los tiempos. Hoy Berlín se toma un respiro en las decisiones
de la crisis del euro, en la construcción de edificios gubernamentales y
en la acogida a turistas del mundo entero que vienen a saborear en sus
calles la Historia del siglo XX. El 29 de octubre, Berlín hace un paréntesis para contemplarse a sí misma y cobrar conciencia de su edad, 776 años.
El primer berlinés del que se tiene constancia es un tal padre
Simeón, del que se guardan unos escritos de 1247. Para entonces Berlín
había cumplido ya un pequeño recorrido. Los primeros documentos en los
que consta la existencia de esta ciudad, encrucijada de una zona de
bosques pantanosos, dan fe de que fue fundada en 1237 con el nombre
original de Cöll, y en 1300 ya había fagocitado a otro pueblo algo más
pequeño denominado Berlín, nombre que prevalecería finalmente para una
población conjunta de unos 7.000 habitantes.
Pero no entró de lleno en la Historia hasta 1415, cuando fue elegida capital del Estado de Brandemburgo, uno de los Estados que componían el Sacro Imperio Germánico.
Pronto surgieron dificultades. El elector Federico II desagravió a
sus súbditos privándoles de ciertos privilegios, incluida la unidad de
las dos ciudades, Cölln y Berlín. En 1447 y 1448 las levantiscas
poblaciones de Cölln y Berlín se alzaron contra el monarca y este sofocó
con crueldad la rebelión popular, primer momento histórico en que se
restringen los poderes populares y el autogobierno conseguidos por la
nueva burguesía de comerciantes y artesanos. Ahí se inicia un declinar
económico y comercial que alcanza su punto más bajo durante el reinado
del Elector Joaquín II, que se convierte al protestantismo, dando origen
a la terribleguerra de los Treinta Años. Hacia el 1600, debido a la guerra y a los efectos de la peste, Berlín solo contaba con 12.000 habitantes.
Fueron los Federicos los que la auparon a una época de esplendor, el
elector Federico Guillermo y su hijo Federico III. A ellos debe la
ciudad importantes obras publicas como el Canal Oder-Spree, el palacio
de Köpenick, el Luftgarten. Activaron el comercio con Hamburgo
y Breslau y permitieron que otros grupos de población con diferentes
religiones pudieran instalase en Berlín. Fundaron las Academias de las
Artes y de las Ciencias. Así fue como llegó a capital de Prusia, en medio de delirios de grandeza y extravagancias cortesanas. Federico III llegó a tener en su corte a 6.000 franceses, en una población de 56.000 habitantes.
Sería su sucesor, Federico Guillermo I, el Merkel barroco, el que
salvó al Estado de la quiebra al imponer desde 1713 una forma de vida
mucho más austera y recortar drásticamente los gastos públicos. El
carácter adusto, espartano y ahorrador, autoritario y laborioso, que
identificamos hoy como alemán, lo impuso este monarca.
Capital del Imperio
El muro en 1989.
Fue el epicentro del Movimiento Romántico, ligado a nombres como
Tieck, Schlegel o E.T.A. Hoffman. Y tras un tropezón con Napoleón, que
ocupó la ciudad el 27 de octubre de 1806, siguió su camino como capital
europea. En 1826 se inaugura la iluminación a gas y en 1839 circula el
primer transporte público urbano arrastrado por caballos entreAlexanderplatz y la Potsdamerplatz.
Esla época en que el arquitecto Karl Friedrich Schinkel deja su sello
en una Berlín que se industrializaba a toda velocidad y acogía una masa
de campesinos emigrantes. El el 18 de marzo de 1847, el príncipe
Guillermo ordena abrir fuego contra las multitudes que se manifestaban
frente a su palacio. Mueren 250 berlineses cuya sangre regó la semilla
revolucionaria. El 19 de marzo, el Rey se vio obligado a permitir la
libertad de prensa, de asociación y la creación de partidos políticos,
así como el derecho al voto. Su sucesor, Guillermo I, nombraría por
primera vez un primer ministro, Otto von Bismarck.
Ya es capital del Imperio. La primera lámpara eléctrica llega en
1879. En 1902 se abre la primera línea de metro entre el Zoo y la
Warschauer Tor. Comienza el sigloXX con 1.900.000 habitantes y con las
organizaciones sindicales más poderosas de toda Alemania que en 1918,
finalizada la I Guerra Mundial, fuerzan la proclamación
de la República y el exilio del káiser Guillermo II, mientras los
bandos socialistas y comunistas se despellejan entre sí y la derecha
reaccionaria intenta fallidos golpes.
Berlín se ha convertido en la capital indiscutible de la cultura
europea, con Fritz Lang, Bertok Brecht, Erwin Piscator, Max Reinhart,
Elisabeth Bergner, Josephine Baker o Kurt Tucholsky, que hicieron de
Berlín la ciudad más vibrante y creativa de los años 20. Pero los
efectos de la crisis de la bolsa generaron una inflación desbocada que
llevó a todo y a todos a ponerse en venta. La extrema miseria, económica
y moral, llevó Hitler al poder en 1933, que la hundió
en sus horas más negras y que dejó tras de sí una ciudad destruida en
sus dos tercios, cubierta por 75 millones de metros cúbicos de escombro y
dramáticamente dividida hasta que llegó Gorbachov, con su Perestroika, y
un osado primer ministro húngaro que permitió el tránsito de los
alemanes del Este al Oeste a través de Hungría. La caída del Muro de Berlín,
marcada a fuego en la mentalidad berlinesa, constituye uno de los
momentos más intensos de la conciencia histórica de la ciudad.
Está llevando décadas cerrar la cicatriz del Muro, pero Berlín es hoy
una capital europea imprescindible y puntal de tendencias urbanas y
artísticas. Tras recuperar el título de capital de Alemania en 2000,
se ha vestido de edificios gubernamentales de cristal, buscando una
imagen de transparencia y libertad, desde los que se toman decisiones
que incumben a toda Europa y desde los que se disparan fuegos
artificiales para celebrar este cumpleaños número 775. Berlín celebra
con la satisfacción de quien es consciente de lo que ha costado llegar
hasta aquí y con la desinhibición de quien es consciente de lo incierto
que es el mañana.
Pierre Cubique.·.
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