Las mujeres tuvieron el acceso al sufragio, a
competir en el mercado laboral, a recibir e impartir enseñanza superior, a la
propiedad, a la política… Están prácticamente equiparadas… Pero siguen
existiendo aún algunos dominios privados en los que la mujer no puede entrar en
igualdad de condiciones que el varón. Evidentemente no me voy a referir a
aquellas actividades privadas que se auto definen como masculinas porque tienen
la libertad y el derecho de constituirse con esa determinación, igual que
podrían hacerlo las mujeres. Me quiero referir, más bien, a aquellas
instituciones que tienen un rol social importante y por ello intervienen más ó
menos directamente en la construcción del mundo en que vivimos. Pienso que la
mujer tiene el derecho a estar presente en toda actividad que participa en esta
construcción, no solo por ser usuaria y destinataria igualmente de la
misma, sino también porque el ejercicio de esa actividad proporciona un
enriquecimiento y una experiencia que difícilmente pueden adquirirse de otro
modo.
Ejemplos de estas instituciones a las que me
refiero son aquellas organizaciones cuyas formas y estructuras están
fuertemente regidas por una tradición, como pueden ser algunas Iglesias y
algunas sociedades iniciáticas. Pero el caso concreto del que puedo dar
testimonio es el de la Francmasonería. La masonería es una sociedad iniciática
basada eminentemente en la Tradición. Sus símbolos, su lenguaje, sus ritos y
sus métodos, sus principios y sus fines están recogidos en una tradición que se
respeta puntualmente.
En estas sociedades parece que el elemento
tradicional es un freno a la evolución, que cierra el paso a la mujer. No
obstante, un análisis más profundo de este concepto puede revelar que el
conflicto entre Tradición y Cambio, se debe más bien a la interpretación que se
hace de la Tradición, más que al concepto en sí mismo. En efecto, tradición, si
nos atenemos a las definiciones clásicas, no es otra cosa que la transmisión,
generalmente oral, de generación en generación, de hechos históricos,
doctrinas, leyes, obras literarias, costumbres, etc., que un pueblo ó colectivo
determinado realiza de lo más representativo y particular de su sistema de
conocimientos y creencias. Poco sería lo que tendría que transmitir si los
sucesivos enriquecimientos a lo largo de su historia no hubieran ido abultando
y matizando ese «corpus» ¡cultura¡ que es la tradición. Así, la incorporación
de nuevas soluciones a nuevos problemas, es la forma en que nuestro pasado
resuelve nuestro futuro. 0 sea, el respeto de nuestra historia, por una parte,
y la añadidura de los nuevos contenidos, por otra, son los dos elementos
constituyentes de toda tradición. Ahora bien, es igualmente importante saber
interpretar la tradición para que ésta no sea una letra muerta sin ninguna
utilidad.
Lo que quizás nos haga perder un poco la
perspectiva de los cambios que van conformando la tradición, es la tremenda
lentitud con que se gestan y se incorporan al sistema. Esta prudencia no es
gratuita. De ella depende la supervivencia de la institución. Por eso el
proceso de incorporación de lo nuevo debe cumplir ciertos requisitos. Primero
debe verificar que la innovación sea beneficiosa para el grupo o la
institución. Segundo, es necesario depurar la expresión del elemento que se
introduce. Y, por último, hay que esperar… Hay que esperar que el tiempo
verifique la utilidad, la posibilidad y la necesidad del cambio.
Vemos pues, que la tradición no está reñida con
el cambio, siempre que se entienda éste como el producto dialéctico entre el
grupo o institución en cuestión y su entorno.
Sin embargo, para una actitud «tradicionalista», la tradición es una especie de lealtad hacia un pasado único, hacia un acontecimiento revelador y definitivo del que el tiempo no hace sino alejarnos. Este tradicionalismo, vuelve la mirada hacia el pasado, donde brilla en todo su esplendor la tradición revelada. Para él, todo cambio implica la corrupción del contenido original, por lo que se opondrá sistemáticamente al mismo. No es suficiente, pues, para el tradicionalista, defender la incorruptibilidad de los elementos esenciales que determinan, en su raíz, al grupo. Es vital, además, impedir cualquier modificación. Esta forma de tradicionalismo sí puede constituir un elemento de inmovilismo institucional.
También en la Masonería vamos a encontrar estas
dos tendencias a la hora de interpretar la tradición y, por ello, veremos una
Masonería tradicionalista y otra Masonería que, derivando de la primera, se
convierte en «liberal», después propicia la Masonería Femenina
y más tarde la Masonería Mixta.
Aunque los ritos, símbolos, usos y costumbres son
exactamente los mismos en una Masonería tradicionalista que en una liberal, el
elemento diferenciador más importante es el de la aceptación de la mujer en sus
templos.
No podemos negar que la masonería es una vía
iniciática creada por el hombre y que por lo tanto reconoceremos en ella
determinados caracteres realizados desde su impronta, pero estos no constituyen
en absoluto los elementos esenciales del método masónico y por lo tanto son
susceptibles de acomodación a las nuevas situaciones que plantea la presencia
de la mujer en los talleres. Si el objetivo final del trabajo iniciático
consiste en un viaje que emprendemos desde nuestro YO hacia nuestro SER, en
busca de nuestra autenticidad, de nuestra Piedra Cúbica, esto sólo lo podemos
conseguir, y un estudio atinado del método lo demuestra, si somos capaces
primero de descubrir y luego superar todos, y digo bien TODOS, los apriorismos
sobre los que asienta nuestro YO. Si el masculinismo o el feminismo es un
último velo que encubre nuestro ser de ser humano, también deberá ofrecer el
método iniciático unos elementos de trabajo que nos permitan tomar conciencia
de este encubrimiento. Ahora que la mujer ha sido descubierta, se ha
evidenciado, por contraste, el masculinismo y se ha hecho inaplazable restituir
la unidad en los templos masónicos con la presencia de todas las partes que
constituyen el microcosmos.
Una de las revoluciones de nuestra sociedad en el
siglo pasado ha sido, sin duda, el logro social de la equiparidad de derechos y
deberes del hombre y de la mujer, derechos que a ella se le limitaron durante
mucho tiempo. No se puede, sin embargo, cantar victoria por completo, pues aún
en muchos lugares del mundo se somete a la mujer a la más bárbara de las
discriminaciones.
Hasta fines del siglo 19, si nos acotamos sólo al
estudio moderno de la masonería, el acceso al conocimiento y rituales masónicos
le estaba prohibido por completo a la mujer, limitándolas a un trabajo de
colaboración en las obras sociales que realizaban las Logias y los Hermanos. A
partir de las primeras constituciones masónicas, el año 1723, se estableció que
la mujer no podía participar en los trabajos logiales y esta costumbre se ha
trasmitido invariablemente en algunas logias de raigambre inglesa hasta
nuestros días. Muchas pueden haber sido las razones, en esa época en que en
general la mujer era rechazada en todas las actividades económicas, productivas
y sociales y no se le permitía el acceso a la educación o la participación en
los debates cotidianos. No obstante, la situación ha variado considerablemente
y en esta época no podemos argumentar, sino llevados por una oscura ignorancia,
ni siquiera una razón para justificar la exclusión de la mujer en las
diferentes actividades sociales y particularmente en la Masonería.
La mujer durante siglos ha luchado por su
emancipación y la conquista de sus derechos, y hay que reconocer que, día tras
día, va imponiéndose en todos los ámbitos. Es natural que la Masonería, por sus
Principios y sus Rituales, le haya interesado. En 1717 fue creada la Gran Logia
de Inglaterra, y el Pastor Anderson les rehusó a las mujeres el derecho a la
iniciación por esta razón: que era necesario ser libre y de buenas
costumbres; en efecto, en esa época las mujeres vivían bajo la tutela
masculina y no se las consideraba libres.
Si acudimos a los orígenes de la masonería
moderna, y nos situamos en su momento histórico, la sociedad europea de los
siglos XIV y XV, vemos que, salvo excepciones, la mujer tenía un papel
secundario en la sociedad, la familia, la iglesia y el Estado. Por lo tanto, no
es de extrañar que en los documentos antiguos, los “Old Charges” de las
hermandades de canteros y talladores de piedra, la mujer estuviera excluida de
la Logia, lugar donde se discutían las cosas del oficio. A pesar de todo esto,
también es cierto que no en todas partes y de la misma manera se materializó
esta exclusión. Hay constancia de las mujeres que participaron y compartieron
la dureza del trabajo de las canterías, normalmente viudas o hijas de canteros.
En el s. XVII, en el periodo final de la
masonería operativa se desarrolla la masonería especulativa, y se introduce el
componente iniciático de influencia hermética y alquímica. Los primeros
documentos constitutivos de esta masonería especulativa establecen que para ser
masón, es preciso ser “hombre libre y de buenas costumbres”. (Constituciones de
Anderson, 1723). Aparte de la consideración de ser hombre o mujer, se establece
así que el candidato debe ser “libre” en cuanto que debe tener ingresos que le
den una independencia económica. En términos sociales, para la mujer esta
independencia económica no llega hasta su incorporación masiva al mundo
laboral, a mediados de este siglo XX.
Sin embargo, las mujeres pronto se sintieron
atraídas por la masonería. En Francia, ya en tiempos de Luis XIV y Molière, las
mujeres cultas se reunían en sus salones para debatir, solas o con hombres, los
temas intelectuales de su tiempo. A comienzos del XVIII, cuando los albores de
la masonería especulativa reunía a los Hermanos en las Logias, ni Roma, ni las
mujeres pudieron soportar la idea de estos hombres hablando a puerta cerrada.
Por lo que respecta a Roma, decidió excomulgarles. Las mujeres, en cambio,
ejercieron la presión suficiente para que naciera la masonería de adopción, la
masonería mixta y la masonería femenina.
Sin embargo, -como ya se comento en párrafos
anteriores- es obvio que describir la historia secular de la Orden, es
describir a una época en la que la mujer quedaba explícitamente excluida, lo
que dio paso en la actualidad a dos tipos de masonería. Una que ha superado esa
exclusión, y la tradicional, todavía no adaptada a la evolución natural de la
sociedad y a lo que es más grave: la consideración de la mujer como una persona
humana, libre y con igualdad de derechos, incluido la pertenencia a la
masonería.
Acertadamente, se puede decir que no será difícil
aceptar que el principal descubrimiento de los últimos tiempos, el que más ha
impactado a la sociedad occidental y el que más está transformando los usos y
costumbres, es, sin duda alguna, el descubrimiento de la mujer como persona
libre y de igualdad de derecho con respecto al hombre.
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