No todas las lenguas
son un producto cultural, obra de generaciones de hablantes que han
intercambiado productos y se han servido de ellas en sus relaciones
personales. Algunas han nacido para enmascarar la comunicación, es
decir, para hacerlas impermeables a las personas ajenas al grupo. No son
lenguas marginales, lenguas de ghetto
urbano -como el argot
parisino-, o rural -como el patois
de las Landas-; ni
basilectos arrinconados en la depresión sociocultural; tampoco son
lenguas cuya rareza y dificultad las convierte en magníficos sistemas
de codificación en tiempos de guerra -el caso de las lenguas
indio-americanas que usó el ejército norteamericano durante la Segunda
Guerra Mundial para sus comunicaciones por radio-; ni son lenguas que
surgen del contacto con otras que conviven en el mismo territorio -como
ha ocurrido con el hibernoinglés en Irlanda-, sin un objetivo específico.
Se trata más bien de lenguas artificiales, de escasa cobertura
funcional, creadas para proteger la actividad de la comunidad del oído
ajeno y que con el tiempo se convierten en lenguas de una etnia o de un
grupo cerrado, o bien se extinguen for falta de usuarios.
Shelta nació del inglés y del gaélico, fue esparcida por Estados
Unidos, Canadá, Irlanda, Inglaterra, Australia y Sudáfrica, y
actualmente es hablada por más de 30.000 personas itinerantes
-hojalateros, gitanos-. Lo más interesante de esta lengua es su
estructura combinada -sintaxis inglesa y léxico gaélico modificado por
inversiones de letras (por ejemplo,
kam
es una metátesis del gaélico mac,
hijo; gop equivale a póg, beso)
o cambios vocálicos (graig
por gruaig, pelo) que
denuncian una fabricación culta, acaso de la nobleza irlandesa.
A principios del
siglo XX, el autodenominado coronel
Simmons utilizó un método similar para adaptar el inglés a las
peligrosas actividades del Ku-Klux-Klan. Una manera de
desfigurar la
lengua fue sustituír la letra c
por k para representar la consonante oclusiva velar sorda. Los
diálogos
recogían expresiones formulaicas compuestas con las letras
iniciales de
cada palabra. Así, para averiguar si una persona pertenecía a la
asociación, se le preguntaba: “Ayak?”
(Are You a Klansman?). La respuesta afirmativa podía ser “Akia”
(A Klansman I am). La conversación seguía tal vez con una
petición de contraseña o prueba documental -”Kapove “- y datos
como el número
de logia y reino territorio (jerárquico) -
“Cygnar”
(Can you give me your
number and reign?) -, la correspondiente respuesta -One,
Atga (Klan número uno, de Atlanta, Georgia), el saludo “Kigy”
(Klansman, I Greet You) o una señal de alarma -’Sanbog”
(Cuidado, se acercan extraños). Semejante intercambio verbal no
podía
alargarse demasiado, dada la dificultad en desarrollar un léxico
suficientemente amplio para mantener sus ridículas
klonversaciones.
La cuota de iniciación se expresaba con la voz
klectoken;
la logia local se llamaba klavern,
el cuerpo legislativo
Klonvocation, y la comisión judicial
Kloncilium.
La masonería
operativa medieval recurrió al empleo de signos secretos como marca de
artesano. Numerosos edificios religiosos, civiles y militares conservan
en sus muros las señas de identidad de sus constructores -en Navarra la
iglesia de Dicastillo; en Teruel el castillo de Mora de Rubielos, entre
otros-. La masonería especulativa heredó esta tradición y todavía
sigue empleando signos y expresiones crípticas en los trabajos
de logia: aplomar significa
“visitar a un candidato a la iniciación”;
irradiar
quiere decir “expulsar de la obediencia”;
subida
de salario equivale a
“ascenso a un grado superior”; está
lloviendo es una señal para advertir a un
hermano
de la presencia de profanos
(no masones); para averiguar el nombre de la logia de un presunto masón
se le pregunta: “Quién es tu
abuela?”, o “Quién es tu
madre?”. Los masones que visitan otras logias deben mostrar su
pasaporte
(carnet) antes de ser examinados
(interrogados para comprobar su pertenencia a la fraternidad). Los
masones ingleses en viajes de negocio pueden preguntar a un interlocutor
desconocido: “Are you on the
square?” -en alusión al suelo arlequinado de la logia-, para
averiguar si tiene delante a un hermano
que le facilite un contacto o le ayude en su trabajo. Cada uno de los 33
grados que componen el Rito Escocés posee su propio inventario de
expresiones secretas y palabras sagradas, como sucede en las divisiones
masónicas de Marca y Arco Real
Pierre Cubique.·.
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