Memorías
de Jean Baptiste Boussingault, Tomo III, pág. 205
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Manuela Sáenz |
Manuelita
no admitía su edad. Cuando la conocí parecía tener de 29 a 30 años: estaba en
ese entonces en todo el esplendor de su belleza irregular: bella mujer, algo
gruesa, de ojos cafés, mirada indecisa, de piel rosada de fondo blanco;
cabellos negros.
En cuanto
a su forma de ser, nada que se pueda tratar de entender: de repente se
comportaba como una gran dama, de repente como una ñapanga (grisette); ella
bailaba con perfección el minueto o la cachuca (cancan).
Su
conversación no tenía ningún interés cuando ella dejaba de adular con su
coquetería; con inclinación a la burla, pero sin gracia; ceceaba ligeramente
intencionalmente cuando visitaba a las damas del Ecuador. Tenía un encanto
secreto para hacerse adorar. El doctor Cheyme decía de ella: «Es una mujer de
una conformación singular!”; Jamás podría hacerle entender como estaba
conformada.
Manuelita nació en Quito, a comienzos del siglo, donde su padre realizaba un comercio importante con España. Durante su juventud, lo acompañaba en sus viajes por la costa del Perú, de Guayaquil a Lima, donde durante un corto periodo ella debió ser como una especie de reina.
Manuelita nació en Quito, a comienzos del siglo, donde su padre realizaba un comercio importante con España. Durante su juventud, lo acompañaba en sus viajes por la costa del Perú, de Guayaquil a Lima, donde durante un corto periodo ella debió ser como una especie de reina.
A los
diecisiete años ella entró al convento, como interna; ella aprendió allí a
hacer trabajos con la aguja, bordados en oro y plata que son objeto de
admiración para los extranjeros, y a preparar helados, sorbetes y mermeladas.
Las religiosas enseñaban a sus pupilas a leer y a escribir: esto es todo lo que
sabía una joven de buena familia. Las damas suramericanas, gracias a su
vivacidad y a sus dotes naturales, son mujeres muy agradables. En cuanto a la educación
ellas están privadas de ella. En mis
tiempos, ellas no leían nunca – ni siquiera libros malos; sin duda que existían
raras excepciones.
Manuelita
Sáenz fue sacada del convento por un joven oficial, Delhuyart, hijo de un
químico, a quien se le debe el descubrimiento del tungsteno. Delhuyart padre,
había entrado al servicio de España como ingeniero, y había sido enviado a
América. Manuelita nunca hablaba de su fuga del convento. ¿Fue ella abandonada
por su raptor y reintegrada a su familia? Eso lo ignoro.
Luego
aparece en Lima, hacia el comienzo de la invasión de las tropas libertadoras
del Perú, comandadas por Bolívar. Ella estaba entonces casada con médico inglés
muy respetable, a quien ella abandonó para irse a vivir con el Libertador, en
ese entonces en toda su gloria y con todo su poder dictatorial.
La
conducta del libertador fue universalmente censurada. El marido reclamó a su
mujer dentro del término más efervescentes. A nadie le importó. Si yo no me
equivoco, el recibió la orden de salir del Perú.
Jean Baptiste Boussingault |
De todos
modos, la opinión pública se pronunció contra tal abuso de poder, que Bolívar
decidió enviar a Manuelita a la Nueva Granada, lugar donde yo la conocí.
En Lima,
Manuelita era de una inconsecuencia increíble. Ella se había convertido en una
Mesalina. Los edecanes me contaron cosas increíbles y que solo el General
ignoraba. Los amantes cuando están muy enamorados, son igual de ciegos a los
esposos.
Una noche,
a las once de la noche, Manuelita se presentó en el Palacio, en la casa del
Libertador, quien la esperaba con impaciencia. Ella se le ocurrió pasar por un
grupo de soldados de la guardia a las órdenes de un joven teniente. La loca
comenzó a divertirse con los soldados, incluyendo al tambor. Pronto el general
fue el má feliz de los hombres.
Usualmente Manuelita iba por la noche donde el general; en una ocasión llegó inesperadamente y encontró en la cama de Bolívar un magnifico zarcillo de diamantes. Sucedió entonces una escena indescriptible: Manuelita, furiosa, quería arrancarle los ojos al Libertador; en ese entonces era una mujer vigorosa y estrecho tan fuertemente a su infiel que el pobre grande hombre se vio obligado a pedir socorro. A dos edecanes les costó trabajo arrancarlo de las garras de la tigresa, mientras el no cesaba de decirle: «Manuelita, tu te pierdes”.
Alcoba de y cama de Bolívar - Quinta de Bolívar |
Era
generalmente la noche que Manuelita iba a la casa del general. Ella llegó una
vez cuando no era esperada, y se encuentra sobre la cama de Bolívar un
magnífico arete de diamantes. Sucedió entonces una escena indescriptible;
Manuelita furiosa, quería arrancarle los ojos al Libertador. En ese entonces
ella era una mujer fuerte; ella empezó a apretar tanto a su infiel que el pobre
hombre se vio obligado a pedir socorro. Dos edecanes lo liberaron de la tigresa
con toda la pena del mundo. Mientras que Bolívar no dejaba de decirle:
“Manuelita, tu te pierdes”.
Las uñas
(muy bonitas uñas) habían hecho tantos estragos sobre la cara del infeliz, que
durante ocho días él debió quedarse en su cuarto, y según dijo el estado mayor,
por causa de una gripa. Pero durante los ocho días, el rasguñado recibió los
mejores cuidados de su querida gata.
Manuelita
había terminado por hacer creer al general todo lo que ella quería. ¡Lo
veremos!
En el
curso de una conversación intima con sus oficiales, Bolívar se vio obligado a
sostener que jamás había podido constatar que Manuelita satisficiera algunas
necesidades que siente toda la humanidad: como ellos se manifestaran incrédulos,
el añadió que tenía pruebas sobre lo que había dicho. En el curso de una
navegación en el Océano Pacifico, Manuelita aceptó dejarse encerrar en una
cabina que era vigilada con atención; un guardia permanecía en la puerta; la
observación duró ocho días durante los cuales la prisionera no hizo ninguna
emisión. Se puede pensar que sucede con frecuencia a personas embarcadas que no
pueden ir al excusado por ocho, diez o quince días y este es un hecho conocido
de los marinos; sin embargo prefiero admitir que Manuelita usó la superchería:
hay que saber que ella nunca se separaba de una joven esclava, mulata de pelo
lanoso y ensortijado, hermosa mujer siempre vestida de soldado, excepto en las
circunstancias que contare mas .adelante. Ella era la sombra de su ama; tal vez
también, pero esta es una suposición, la amante de su ama, de -acuerdo con un
viejo muy común en el Perú, del cual fui testigo ocular con algunos camaradas,
con quienes nos habíamos cotizado para asistir a la ceremonia impura, pero muy
divertida, de una tertulia. Además no hacíamos gala de una moralidad muy
severa. La mulata no tenía ningún interés en hacerse pasar por un ángel;
encerrada con Manuelita en el camarote podía salir y entrar libremente. Se
puede adivinar el resto.
Bolívar
se había convertido el Libertador del Perú. La batalla de Ayacucho, ganada por
Sucre, había destruido las fuerzas españolas; Sucre, nombrado Gran Mariscal de
Ayacucho, fue nombrado presidente vitalicio del nuevo estado establecido en el
Alto Perú (Bolivia).
EI Libertador
en el colmo de la gloria, llegaría a ver, esto dentro del orden natural, una
época de decepciones. La ejecución del conde de Torresagby, acusado de haber
conspirado a favor de la madre patria, trajo un cambio en los sentimientos de
la población Peruana, en relación al ejército colombiano. Las damas de Lima
corrompían a los oficiales libertadores. EI ocio de las tropas mal
disciplinadas hizo nacer la insurrección. Muchos escuadrones se rebelaron
contra la autoridad de Sucre. En Lima, toda una división se levanto. Los jefes
fueron puestos en prisión por sus soldados y, en una palabra, apenas Bolívar
partió, sólo un ejercito peruano se levantó contra el ejercito colombiano que
los había liberado; se organizaron guerrillas en el Ecuador, en la provincia de
Pasto.
EI
Libertador había previsto estos movimientos y habiendo decidido regresar a
Bogota antes de que estallaran, envió a su querida Manuelita al Ecuador.
Desembarcada en Guayaquil partió hacia Quito con una escolta de cuatro
granaderos escogidos que ella misma escogió, entre los más guapos del
escuadrón; marcharon en jornadas cortas, sin otro sirviente que su mulata y en
cinco días llegó a Quito. Una indiscreción del brigadier hizo que se conocieran
los incidentes eróticos del camino.
Después
de haber pasado un tiempo con su familia, Manuelita debió viajar a presentarse
la Nueva Granada bajo la compañía de mi amigo el coronel Demarquet. La
tempestad política aumentaba en el sur; Demarquet siempre afirmó que había sido
un acompañante platónico.
Casa de manuelita - Hoy en día el Museo de Trajes Típicos en Bogotá |
Manuelita
se estableció en Bogota en una encantadora residencia y recibía casi a diario
noticias de su amigo a quien las circunstancias retenían en el Perú. Fue en
Bogota en donde la conocí y de quien contare las excentricidades y debo
agregar, su lealtad y valor.
Manuelita
siempre era muy notable; en la mañana vestía un négligé (camisa de dormir) que
no dejaba de ser atractiva; tenía mucho cuidado de no disimular sus brazos
desnudos: bordaba, mostrando los más lindos dedos del mundo; hablaba poco,
fumaba con gracia y su forma de ser era modesta. Daba y recibía noticias.
De día
salta vestida de oficial. Por la tarde, Manuelita sufría una metamorfosis. Ella
se ponía a experimentar, creo yo, el efecto alcohólico de unos vasos de vino de
oporto que le encantaban; sin duda se ponía roja; Sus cabellos estaban
arreglados artísticamente. Ella tenía mucha vida, era muy alegre, nada
intelectual, y usaba algunas veces expresiones medianamente arriesgadas.
Como
todos los favoritos de altos personajes políticos, ella atraía a los oficiales
del gobierno. Su amabilidad y su generosidad eran infinitas. Imprudente en
exceso, ella cometía los actos más censurables sólo por el placer de hacerlo.
Un día, cabalgando por las calles de Bogotá, ella se le acercó a un soldado que
llevaba el santo y seña colocado, como de costumbre, en un papel en el extremo
de su fusil; se lanzó al galope sobre el pobre infante y se lo quitó, fue
asunto de un instante. El soldado hizo fuego sobre ella y ella tuvo que
regresar y volver a poner el papel. ¡Un acto de locura!
Ella
adoraba los animales y era dueña de un osezno insoportable que tenía el
privilegio de circular por toda la casa. Al feo animal le gustaba jugar con los
visitantes; si se le acariciaba arañaba las manos o se prendía de las piernas,
de donde era difícil retirarlo. Una mañana hice una visita a Manuelita y como
no se había levantado todavía, tuve que entrar a la alcoba y vi una escena
aterradora: el oso estaba tendido sabre su ama, con sus horribles garras
posadas sobre sus senos, Al verme entrar, Manuelita me dijo con gran calma:
- Don Juan, vaya a la
cocina y traiga un taza de leche que colocara al pie de la cama: este diablo de
oso no me quiere dejar.
La leche
llegó y el animal, dejando lentamente a su victima, bajo para beber; después
que lo hubo hecho llamo a un hombre, quien me ayudo a encadenarlo y llevarlo al
patio a pesar de sus gruñidos. Algunos días después lo hice fusilar. Fue un
inglés, Coxe, quien lo ejecutó.
-Vea usted, decía
Manuelita, mostrándome su pecho, no estoy herida.
Se
contaban escenas increíbles que pasaban en la casa de Manuelita y en las
cuales, la mulata soldado, actuaba el papel principal. Esta mulata, el alter
ego de su ama, era un ser singular, una comediante, una mima de primera clase,
que hubiera tenido mucho éxito en el teatro. Tenía una facultad de imitación
increíble; su rostro era impasible; como actor o actriz, exponía las cosas más
divertidas con una seriedad imperturbable La oí imitar a un monje predicando la
Pasión; ¡nada mas cómico! Durante cerca de una hora nos tuvo bajo el encanto de
su elocuencia, de sus gestos, las entonaciones de su voz eran interpretadas
exactamente.
Aseguraban,
pero estoy convencido de que esto si no era cierto, que en una escena de la
Pasión habían crucificado a un mico. La verdad es que tenían una tendencia a
burlarse de las cosas sagradas, afición muy imprudente y de mal gusto.
Estos
espectáculos no se efectuaban sino en las reuniones intimas así la mulata
tomaba los vestidos de su sexo como el de ñapanga de Quito, ejecutaba las
danzas mas lascivas para nuestra gran satisfacción; entre otras, un paso cuyo
nombre he olvidado: la bailarina volteaba sobre si misma can gran rapidez, se
detenía y se agachaba con su falda llena de aire, haciendo lo que los niños
llaman “un queso” y seguía bajando hasta el suelo y al levantarse se alejaba
dando vueltas de nuevo, pero en el sitio en donde había caído, se podía uno dar
cuenta de que había hecho contacto con el piso. Esto arrancaba aplausos
unánimes y era de una obscenidad asquerosa. Pronto la bailarina volvía vestida
con su uniforme militar, tan seria que parecía que no era ella quien hubiese
hecho esa representación escandalosa.
Jamás se
conoció un amante de la mulata y creo que nunca amo con amor sino a Manuelita.
En cuanto a Manuelita, yo no le conocí en Bogota sino dos enamorados
ostensibles: el doctor Cheyme y un joven ingles de apellido Wills; ¡ningún
otro!
¡Y
nuestro querido Libertador escribía a mi amigo Illingworth pidiéndole que la
vigilara bien y le diera buenos consejos!
Manuelita
llevaba la excentricidad hasta la locura. Yendo de Bogota hacia el valle del
Magdalena, llegue una tarde a Guaduas; el coronel Acosta, en cuya casa me iba a
hospedar, vino a mi llorando para decirme que Manuelita se moría, que se había
hecho morder por una serpiente de las mas venenosas. ¿Sería un suicidio?
¿Quería ella morir como Cleopatra? Fui a verla y la encontré tendida sobre un
canapé, con el brazo derecho hinchado hasta el hombro.
¡Que
bella estaba Manuelita mientras me explicaba que había querido darse cuenta si
el veneno de la serpiente que me mostró, era tan fuerte como lo decían.
Inmediatamente después de la mordedura se hizo que ella tomase bebidas
alcohólicas calientes que es el remedio empleado por las gentes del país.
Prescribí un ponche basándome en la opinión anterior muy acreditada en America
del Sur, la cual asegura que la borrachera impide la acción del veneno: luego
se le aplicaron cataplasmas en, el brazo y Manuelita se durmió; al día
siguiente estaba bien. La deje persuadido de que había atentado contra sus
días. ¿Por que?
¡La buena
Manuelita era una de las mujeres livianas más curiosa! Una tarde pase por su
casa para recibir una carta de recomendación que me había prometido, dirigida a
su hermano, el general Sáenz, quien residía en el Ecuador, a donde yo debía
viajar. Se acababa de levantar de la mesa y me recibió en un pequeño salón y en
el curso de la conversación elogió la habilidad de sus compatriotas quiteñas
para el bordado y como prueba se empeñó en mostrarme una camisa artísticamente
trabajada. Entonces, sin más ni mas y con la mayor naturalidad, tomó la camisa
que tenía puesta y la levanto de manera que yo pudiese examinar la obra de sus
amigas. ¡Desde luego fui obligado a ver algo más que la tela bordada! y ella me
dijo:
- Mire entonces don
Juan, como está hecha.
- Pero hecha alrededor, respondí, haciendo alusión a sus piernas.
La
situación se estaba convirtiendo embarazosa para mi pudor, cuando me sacó de
peligro la entrada de Wills, a quien ella dijo, sin desconcertarse:
- Muestro a don Juan
los bordados de Quito.
Arago
contaba esta historia al general Baudrad, edecán del Luis Felipe, con quien
cenamos en la casa de Poncelet, añadiendo: « ¡Esto no lo inventamos!” Lo que tal
vez querría decir, que la prueba de la veracidad se encontraba en lo
extraordinario de lo sucedido.
Manuelita
aborrecía el matrimonio y sin embargo tenía la manía de casar a las personas,
como diciéndoles: « ¡El himen no compromete a nada, es una pasión de placer!”.
Especialmente yo fui uno de los escogidos para ser sus victimas: hay que saber
que en ese entonces en America española, el matrimonio era un acto puramente
religioso. Era suficiente que en presencia de un sacerdote, los futuros
declararan que deseaban ser unidos; recibían la bendición y ahí terminaba todo.
Se
casaban en cualquier parte: en la calle, en el baile y así muchos de mis
camaradas quedaron casados entre dos vasos de ponche, entre otros el coronel
Demarquet, quien después se mordía los dedos, aunque su mujer fuera bella,
encantadora y procedente de una familia muy honorable.
Una noche
había tertulia en casa de Pepe Paris, quien se había convertido en hombre
acaudalado explotando las minas de esmeraldas. Su hija era una persona
deliciosa, muy bajita, uno cincuenta metros y realmente había una afinidad
entre ella y yo. Manuelita participaba en la reunión y al filo de la media
noche, cuando todos estábamos un tanto sobreexcitados, un amigo ingles se
acercó para decirme al oído: “Don Juan, tenga cuidado, hay un cura que va hacer
su aparición”. Entonces, sin que nadie se diera cuenta, procedí a retirarme
discretamente.
A pocos
días de esto, me encontré con mi novia Manuelita -precisamente el mismo nombre
de .la favorita- y le plantee claramente la propuesta de matrimonio, con la
condición de que tendría que vivir en Europa. Manuelita no tenía inconveniente
en pasar una temporada en Francia; pero me declaró francamente que no le
gustaría establecerse allá. La deje, después de haberle besado su mana en
miniatura; mi asistente me esperaba en la puerta de la casa; salte a caballo y
salí para el Magdalena. No volví a ver ala pequeña y graciosa Manuelita Paris.
Dejó las
excentricidades, las inconsecuencias y lo que se podría llamar actos de locura
de la otra Manuelita, para mostrar el valor y la devoción de que era capaz.
Ella
había dado pruebas de su valor militar; al lado del general Sucre, asistió
lanza en mano, a la batalla de Ayacucho, último encuentro que tuvo lugar entre
americanos y españoles, en donde recogió, a manera de trofeo, los estupendos
mostachos de los que se hizo hacer postizos.
Se puede
decir que tenía entrenamiento, de lo cual no cabe duda, pero Manuelita, como se
va a ver, estaba dotada de gran valor, de sangre fría y de una calma increíble,
en las circunstancias más peligrosas [...]
Un
Congreso improvisado en Bogota proclamó a Bolívar dictador supremo y
naturalmente llegaron las adhesiones de todos los puntos del territorio. EI
dictador subió al poder el 4 de junio de 1828; promulgó algunas medidas
financieras que no tuvieron éxito, pues las Cajas del Estado estaban vacías;
llovieron los decretos, las proclamas y las declaraciones patrióticas, A pesar
de los memoriales aprobatorios de las poblaciones, no podía desconocerse .que
se manifestaba, por todas partes, una especie de fermentación silenciosa contra
lo que llamaban y no sin razón, el despotismo de Bolívar. Guayaquil, Quito y
Caracas ya no obedecían a las órdenes que emanaban de Bogota; de hecho, el
gobierno central ya no existía, Había partidarios levantados en favor de España
en las costas, .en los llanos de Venezuela y en la provincia de los Pastos. A
pesar de lo que dijeran las autoridades, se estaba en la mas completa anarquía;
en Bogota el partido monárquico conspiraba activamente, se llevaban a cabo
reuniones nocturnas donde los hombres mas importantes; nadie se escondía, la
policía lo sabia y no hacia nada; hay que decirlo, se le temía a los
conspiradores, quienes, después de todo conspiraban en favor de la libertad, esta
era su excusa y su fuerza; aun cuando en realidad entre muchos de ellos hubiera
mas ambición que patriotismo.
La
sociedad mas activa era la de los jóvenes que se reunían para estudiar; muchos
eran profesionales o alumnos del colegio de San Bartolomé; su objetivo secreto era el de expulsar al gobierno del Libertador. Se supo después que este
movimiento estaba dirigido por un viejo francés, Arganil, uno de los “sans
culottes” de Marsella en 1793, por otro francés muy exaltado, Auguste Horment y
por un oficial venezolano, el comandante Pedro Carujo. La sociedad había
decidido al principio que la revolución estallaría el 28 de octubre en el curso
de una fiesta que–se le ofrecería a Bolívar para celebrar el día de San Simón.
Diversas circunstancias les impidieron actuar.
De los hechos sucedidos en la lluviosa noche del 25 de septiembre de 1828 se produce en Bogotá, en el antiguo palacio de San Carlos, un atentado contra Bolívar. lo cual dio paso a mes y medio más tarde del fracasado atentado, el 8 de noviembre de 1828, Bolívar decreta la prohibición de las sociedades o confraternidades secretas, sin hacer referencia directa a las logias masónicas, pero también sin excluirlas, lo que las afectó seriamente, no obstante que la prohibición estaba dirigida a asociaciones como aquella Filológica de Bogotá y las llamadas “Sociedades de Salud Pública”, creadas con propósitos igualmente enceguecidos por la pasión política.
De los hechos sucedidos en la lluviosa noche del 25 de septiembre de 1828 se produce en Bogotá, en el antiguo palacio de San Carlos, un atentado contra Bolívar. lo cual dio paso a mes y medio más tarde del fracasado atentado, el 8 de noviembre de 1828, Bolívar decreta la prohibición de las sociedades o confraternidades secretas, sin hacer referencia directa a las logias masónicas, pero también sin excluirlas, lo que las afectó seriamente, no obstante que la prohibición estaba dirigida a asociaciones como aquella Filológica de Bogotá y las llamadas “Sociedades de Salud Pública”, creadas con propósitos igualmente enceguecidos por la pasión política.
José Rafael Otazo M.
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Profesor Universitario
Miembro de la Ilustre Sociedad Bolivariana de Venezuela.
Miembro de la Digna Sociedad Divulgadora de la Historia Militar de Venezuela.
Investigador en la Asociación para el Fomento de los Estudios Históricos en Centroamérica.
Miembro de la Red Profesional Panamericana (RPP) del Instituto Panamericano de Geografía e Historia.
Miembro de La Asociación de Escritores del Estado Carabobo.
Director de la Publicación Internacional, "Ni vestido ni desnudo"