Boletín Número 33.
A las siete de esta mañana me dió parte la
descubierta, que el enemigo con todas sus fuérzas de infantería y caballería se
aproximaba a esta Villa; efectivamente a las 8 nuestra avanzada rompió el fuégo
y a las 8 y media se había ya empeñado la acción con todas las tropas.
El
enemigo hizo desplegar por San Mateo 500 hombres de caballería y 20 fusileros,
que al acto de cerrar el fuégo se apoderaron del río y del Calvario, y con
2.000 hombres de caballería y 700 de fusil atacaron por el Pantanero;
inmediatamente con su numerosa caballería me cerraron por todas partes, y en
aquel momento me decidí a que perecieran primero todas las tropas que estaban a
mi mando, que abandonar la plaza. Efectivamente continuó de ambas partes un
fuégo horroroso, pero bien sostenido hasta las 4 y media de la tarde, que no
quedándome ya la mitad de mis tropas, y muerta o herida la mayor parte de la
oficialidad, vi levantar un humo por el camino de San Mateo; y luego debí creer
sería el comandante Campo Elías que con su fuérza había llegado.
Entonces hice
salir 100 hombres de caballería y 50 cazadores que rompiendo la línea enemiga
protegiesen la entrada de las tropas auxiliares y que de no volviesen a
replegar sobre mi línea. Afortunadamente esta división encontró empeñada la
acción de las tropas enemigas con el comandante Campo Elías, pero atacando
aquellas, hubo de facilitar la entrada de aquel valiente jefe. Reforzado yo con
este auxilio hice tomar varias de las posiciones que ocupaba el enemigo y a las
cinco y media de la tarde este huyó precipitadamente por todas partes, quedando
cortadas varias de sus divisiones por Aragua arriban, la Galera, y las demás
encumbrándose en los cerros del Pantanero, huyeron inconcierto; y sin haberse
podido reunir una tercera parte de sus fuérzas, tiraron por las montañas que
caen hacia el Pao.
En aquel momento los hice perseguir por todas partes; pero
entrando la noche ha sido preciso reunir las tropas para que viniesen a
desayunarse y los caballos tomen algún pienso. El enemigo ha dejado cubiertas
de cadáveres las calles de esta Villa; mucha parte de sus caballos han quedado
en nuestro poder. Sus municiones y bastante número de fusiles hemos recogido
hasta ahora, pero la noche no nos ha permitido ni hacer su enumeración, ni
hacer recorrer el campo de batalla.
No hemos hecho prisioneros porque nuestra tropa
no ha dado cuartel. Por nuestra parte hemos perdido como 100 hombres y cerca de
40 heridos; entre los primeros tenemos que llorar la muerte del intrépido
comandante de Soberbios Dragones ciudadano L. Maria Rivas Dávila; el teniente
el caballería C. Ron; el subteniente de infantería ciudadano N. Picón; y de los
segundos a los capitanes Pierret, Rouquets; a los de igual clase Juan Salias,
Francisco Mora, mi edecán Vicente Malpica, Casimiro Esparragosa, José Acosta el
Moreno y José Plaza; y los tenientes Pedro Correa, Basilio Alvarez y los
subtenientes José Ruiz, Ulpiano Díaz, Manuel Maria España, Tomás Muñoz, José
Alvarez, Ciriaco Carreño, Ribont; y el guarda-almacén Julián Rouyer.
A mi me
han muerto dos caballos bajo mis piernas, mas no he recibido daño alguno. Toda
la tropa y oficialidad, han mostrado el mayor valor, y han dado a conocer a los
enemigos de la libertad americana, que en cualquier parte donde se tremole el
estandarte de la República, serán destrozadas sus fuérzas por enormes que sean.
Boves en persona mandaba la acción, a quien se le han cogido todos sus libros
de órdenes. Diós guarde a V.E. muchos años.
Cuartel General de la Victoria, 13 de febrero
de 1814.
José Félix Ribas.
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