LA LOGIA COMO CENTRO DE LA UNIÓN
Las Constituciones de James
Anderson de 1723, mandadas recopilar de antiguos textos del Gremio de
Constructores por George Payne, Gran Maestro y el por el duque de Montagú,
también Gran Maestro, refieren interesantes asuntos de vital importancia para
la formación masónica de los hermanos de ayer, hoy y siempre. Son temas que
estandarizan el pensamiento y la actitud de los frateres respecto de contenidos
esenciales en la formación del pensamiento masónico, tanto intelectual como
espiritual.
Ciertamente, la libertad de pensamiento abona interpretaciones que cada
miembro de nuestra Orden forma en su «yo interior», una vez que se enfrenta a
los símbolos, rituales y otras enseñanzas de la Institución, pero algunos temas
son tan básicos que requieren uniformidad y aceptación para poder ingresar y
pertenecer a la Masonería universal. Algunas de las enseñanzas que podemos
abrevar en los textos fundacionales de Anderson son el concepto de Dios y la
religión, la conducta de los masones entre sí mismos dentro de la Logia, fuera
de ella, con los amigos, el vecindario e incluso ante extraños (profanos o
“cowans”) que pro su condición de tales no son masones. Por supuesto, las
Constituciones nos presentan los fundamentos míticos de la Masonería y los
reglamentos según los cuales deben operar las Logias y la naciente Gran Logia.
El documento de Anderson, aprobado por el pleno de la Gran Logia en 1723, el 24
de junio, es fuente de derecho masónico y el referente internacional de la
Masonería para organizarse, funcionar y reconocerse. Luego vinieron otras
normas, adecuaciones y, finalmente, las reglas de 1929, emitidas por la Gran
Logia para regir las normas de reconocimiento.
Sin embargo, uno de ellos
define la naturaleza y la función del espacio masónico cuando afirma que la
Logia es el Centro de la Unión. Uno se pregunta, ¿qué quiso decir
Anderson con esta expresión? Para comprenderlo a cabalidad quizá debamos estar
concientes de los tiempos que se vivían en Inglaterra y en Europa en los años
anteriores a 1717 y 1723, años de fundación de la Gran Logia de Londres y de la
Gran Logia de Inglaterra, propiamente dicha. Debemos saber también que los
padres intelectuales del movimiento del renacimiento masónico fueron
Jean T. Desaguliers y el propio James Anderson, y no estará por demás abundar
que ambos fueron pastores presbiterianos, es decir, de teología calvinista, el
primero francés —hugonote— y el segundo irlandés. No debemos tampoco desconocer
que la Inglaterra de los años en que nació la Gran Logia era una nación cuyo
rey depuesto, Carlos Eduardo Estuardo, era católico y que la casa gobernante
que arribó al país era alemana, la casa de Orange, y por lo mismo, protestante.
En Inglaterra se debatían los asuntos religiosos de modo tan intenso como en el
resto de Europa.
Justamente, Desaguliers padre,
habría llegado al sur de Inglaterra escapando de su país natal, Francia, donde
recientemente había sido revocado el Edicto de Nantes, documento emitido por
Enrique IV en 1598, y según el cual se autorizaba en Francia la libertad de
cultos a los protestantes, luego de persecuciones y denostaciones constantes
hacia ellos, tanto de parte de la iglesia romana como por parte de la propia
feligresía. El mote de “hugonotes” era de hecho una forma peyorativa con que
los clérigos y el populacho designaban a los protestantes franceses. Tiempos
antes, las guerras de religión habían hecho verter mucha sangre, pues el
fanatismo, la superstición y la ignorancia habían sido, desde entonces, las
causas verdaderas de la intolerancia. Pero el documento de Nantes logró crear
un “suspense” y con él se pudieron lograr las bases de una incipiente
tolerancia religiosa que logró domar las animadversiones y las pugnas entre
hermanos de la misma religión, el cristianismo. Enrique IV, también hugonote,
finalmente se convirtió al catolicismo con el único fin de poder alcanzar el
trono francés. La ambición de poder se había colocado, una vez más, por encima
de la fe y de las convicciones. Así que sobrevino la revocación del Edicto
conciliador y con ella la renovación de las pasiones, que parece habían estado
contenidas, pues resurgieron con renovados bríos.
Cuando los Desaguliers llegaron a Inglaterra, el niño que después habría de
ser uno de los padres intelectuales del revival masónico de 1717 y 1723
y auxiliar de Isaac Newton en sus trabajos experimentales y además director,
nada más y nada menos que del Museo de Oxford, tuvo que ser introducido en una
valija a riesgo de morir asfixiado; ya establecidos en Londres, Desaguliers
padre, también ministro presbiteriano, logró bien colocar a la familia.
Anderson, por su parte, habría llegado a Londres hacia 1709 o 1710, desde
Aberdeen, Escocia, su país natal. Ambos, Desaguliers y Anderson fueron pastores
presbiterianos y vieron con agudeza los climas sociales y los ambientes de
rispidez y de enemistad violenta que provocaban las diferencias de fe
religiosa. Observaron que no había sociedad alguna, ni en Inglaterra ni en el
continente, que procurasen amalgamar los diferendos en un contexto de paz,
armonía y concordia. El cristianismo, en sus esencias primigenias, parecía muy
distante de las apreciaciones, tanto de los clérigos romanos como de los
protestantes. Unos y otros parecían más ocupados en tomar y recuperar
posiciones de poder que de inculcar las enseñanzas y los principios del
cristianismo. La política se decidía pro filias religiosas y por convenios
matrimoniales y había que entenderlo así. De modo que abajo, entre la plebe,
quedaban los resabios de conflictos que las clases altas generaban. ¿Un Centro
de la Unión?
¿Cómo sería posible crear un
espacio social, fraterno y amalgamador que se constituyese en un Centro de
la Unión?, ¿qué clase de individuos habría que elegir y bajo qué clase de
ambientes simbólicos, morales e intelectuales había que congregarlos para que
se gestara un círculo de amigos? Evidentemente se trataba de un proyecto
genial, pero al mismo tiempo difícil por varias razones. Los entornos políticos
no eran propicios, pues Inglaterra estrenaba realeza, ya que los Orange habían
depuesto a los escoceses Estuardo y, además, reunir en un solo espacio a
miembros heterogéneos de la sociedad londinenses era casi un sueño. Un Lord y
un Duque al lado de un sastre o de un carpintero no era lo que un inglés típico
de 1723 esperaría ver en un club o en una sociedad cualquiera. No al menos en
Inglaterra. Pero además las condiciones políticas tampoco eran lo más
halagüeñas, pues la sociedad inglesa se había partido en dos, y unos apoyaban
con nostalgia a los antiguos reyes, los Estuardo, y otros se manifestaban
proclives a los alemanes de la casa de Orange. ¿Qué representaban en la
Inglaterra de principios del siglo XVIII, el de las Luces, el Libro de las
Constituciones de Anderson?, ¿que significado podrían tener las Constituciones
de Anderson para el resto del mundo?
Con los textos fundacionales de la Gran Logia de Inglaterra nacía, en
primer término, la moderna Masonería, y ella se convertía en el lugar de
encuentro de hombres de cierta cultura, con inquietudes intelectuales,
interesados por el humanismo como fraternidad, por encima de las separaciones y
de las oposiciones sectarias, que tantos sufrimientos habían acarreado a Europa
las guerras
motivadas por los conflictos religiosos desatados a consecuencia de la Reforma
luterana y de la Contrarreforma, la reacción de la iglesia romana. Con la
Masonería moderna, especulativa, filosófica y simbólica, nacía también el
humanismo y la verdadera Ilustración europea. Veía la luz también el espíritu
del pensamiento universalista y fraternal, tolerante y auténticamente
ecuménico. Las Constituciones de Anderson —la Masonería misma— son la cuna del
ecumenismo espiritual, religioso, fraternal e intelectual, incluso social, que
permitió que en una Logia pudiesen convivir los hombres más allá de sus
diferencias de clase social, de fe, inclinaciones políticas o de otra clase. La
Logia reunía a hombres de todo tipo con tal que fueran libres y de buenas
costumbres, que creyesen en Dios y estuviesen dispuestos a vivir una vida de
honor. La Logia, como Centro de la Unión era eso, un verdadero espacio de
convergencia, un espacio de reunión en el marco de un clima social marcado por
la intolerancia y el fanatismo religioso. ¿No era esta una conquista fenomenal
y grandiosa?
El artículo fundamental de las
Constituciones que dieron origen a la Gran Logia de Inglaterra en 1723 lo
subraya claramente al afirmar:
Aún cuando en los tiempos
antiguos los masones estaban obligados a practicar la religión que se observaba
en los países donde habitaban, hoy se ha creído más oportuno, no imponerle otra
religión que aquella en que todos los hombres están de acuerdo, y dejarles
completa libertad respecto a sus opiniones personales. Esta religión consiste
en ser hombres buenos y leales, es decir, hombres de honor y de probidad,
cualquiera que sea la diferencia de sus nombres o de sus convicciones.
¿Puede encontrarse
más belleza y solaz clima de paz y armonía? Léase bien: Practicar la religión
en la que todos los hombres están de acuerdo. ¿En qué consiste esta
religión? En ser hombres buenos y leales, hombres de honor y de probidad,
así de simple.
Luego se dijo: “El verdadero
culto a Dios consiste en las buenas costumbres”. Más tarde, en el seno de
nuestras Logias, se ha enseñado: “Haz el bien y deja hablar a los hombres”. Las
Constituciones enseñan a los masones —y a los candidatos que aspiren a serlo—
que el masón esta obligado por vocación a practicar la moral y, si comprende
bien el Arte jamás será “estúpido ateo ni libertino irreligioso”. La Logia
deja, a las particulares opiniones de sus miembros sus filias religiosas,
cuidando que en el seno del Taller solo se proclame la existencia de Dios como
Gran Arquitecto del Universo y que no se discuta ni sobre religión ni sobre
política. ¿Pueden oírse, acaso, palabras más elocuentes en el seno de una
sociedad marcada por las guerras de religión y por los odios del fanatismo? La
iglesia romana no tardó en sospechar que en una Logia se reuniesen hombres
juramentados por estos principios y que no fuesen esencialmente católicos, pero
si cristianos de todas las denominaciones conocidas. Esto — en el seno y en la
esencia misma de la intolerancia— no podía permitirlo la iglesia romana y de
inmediato cayeron las primeras excomuniones y los primeros anatemas hacia la
Masonería. Los papas romanos veían en las Logias centros de conspiración, cuando
en realidad no eran sino espacios de comprensión humana, auténticamente
cristiana y universal.
Pero precisamente por la
calidad humanista, filosófica y espiritual de los principios masónicos, la
Logia se constituye en el Centro de la Unión y en el medio más auténtico
para cultivar la amistad entre personas que, de otro modo, habrían permanecido
distanciadas entre sí para siempre.
Dice Anderson: “Y si comprende
bien el Arte…” ¿Cuál Arte y cómo comprenderlo bien?
La Masonería es una edificación teórica sobre el arte de la construcción.
Es una arquitectura simbólica que levanta edificios igualmente simbólicos y en
la que cada masón es un operario, un auténtico obrero del trabajo interior que
construye a cal y canto su propio ser. Usa herramientas, instrumentos y
conocimientos que le permiten avanzar. Estos conocimientos nos vienen de
“nuestros remotos antepasados” y constituyen la Ciencia Sagrada que es la
fuente, la base y la esencia de todas las religiones y de todas las
manifestaciones, antiguas y modernas. La conocieron los egipcios, los
mesopotámicos, los hindúes, los mayas y los caldeos, los judíos en la cábala, y
en general todos los Libros Sagrados de la Humanidad contienen los principios
de esta Ciencia Sagrada. Esa doctrina contiene la esencia del Arte. Por
ello, “comprender bien el Arte” es comprender el fundamento de la existencia,
la enseñanza y la filosofía de los antiguos. Un hombre que comprende bien el
Arte es un ser universal, un ser que está más allá de los credos particulares y
excluyentes de las religiones positivas, es un hombre que comprende la esencia
del Ser y que sabe en el Ser esta todo y en éste radica el Ser en la Unidad y
en la más perfecta Armonía de las esferas celestes.
Y si esto queda claro en la
mente de cada masón, entonces entenderá perfectamente que la Logia es un Centro
de la Unión… que la Logia es el Universo y su expresión simbólica más acabada…
Que la Logia es el espacio para que los hombres se entiendan, se comprendan y
construyan las bases de una sociedad mejor, sin injusticias ni intolerancias,
sin fanatismos ni supersticiones.
Por eso, debemos postular:
¡Juntos y en Armonía…!
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