Por: Carlos Maldonado-Bourgoin
"Venezolano universal fue correspondiente y amigo del abate Enmmanuel-Joseph Sieyes (1748-1836), redactor de los Derechos Ciudadanos y del Hombre. Ambos, Miranda y Sieyes, trabajaron en un proyecto de constitución para Colombia. (Antonio Level de Goda. Memorias. En: Boletín de la Academia Nacional de la Historia. Tomo XVI. Nº 63-64. Agosto-diciembre de 1933)"
El primer líder
Francisco de Miranda (1750-1816) es adelantado y pionero en iniciativas humanitarias y sociales. Hombre inquietante y héroe dramático, como representante del Siglo de las Luces, paseó su señorío con desparpajo y garbo por los cuatro acontecimientos grandes de su tiempo: la guerra de independencia norteamericana, la revolución francesa, testigo de la revolución industrial inglesa e inicia la guerra de independencia iberoamericana, convirtiéndose por mérito propio en el primer líder de la emancipación o protolíder, como le llamó Alfonso Rumazo González.
Miranda es un oficial y sabe como pocos de las artes militares, pero siendo el iluminismo encarnado, cultiva muchísimos y variados conocimientos, representa a “un mundo de hombres”. Estaba inmerso en las preocupaciones de su tiempo: la dignidad y los derechos humanos, la educación y la asistencia social… que van a ser atendidos a partir de finales del s. XIX.
El caraqueño va y conoce personalmente a los protagonistas de ideas y hechos, lee y anota algunas consideraciones personales al margen de sus libros. Viaja lleno de libros y papeles, poco importa que estén o no prohibidos por el Índice. Entre estos personajes está Cesare Beccaria (1738-1794), filósofo y criminalista italiano, autor del Tratado de los delitos y las penas, texto básico y fundamental en Derecho Penal. Miranda conoce al eminente profesor en Milán porque “era alguien cuya obra conocía y con quien deseaba conversar, tratar y aprender”.
El criollo se preocupó por la situación de las cárceles y hospitales, por la pena de muerte, las torturas y los castigos corporales en prisiones, colegios, cuarteles y otras instituciones. Anota y nota aspectos estadísticos, critica situaciones… tal es el caso en el que cita unas Memorias de un tal Raptin: “Las prisiones aquí son la vergüenza de la humanidad” (Colombeia, Tomo VI, pp.63-64), en Noruega Miranda visita la academia militar, el puerto y “la prisión maldita” (Radstugukären), “con dos calabozos malditos para presos en cadena” (Colombeia, Tomo VI, p.50).
En esa dinámica e intrincada época de viajes, Miranda bajo la influencia del autor británico John Howard induce al Príncipe Real en Dinamarca a una revisión del sistema penal, obtiene además la libertad de una bella mujer de dieciocho años condenada a muerte por infanticidio. Por ello, se le considera Reformador del Régimen Penitenciario en Dinamarca desde 1788.
En 1792 Miranda se incorpora al ejército revolucionario de Francia y el 6 de septiembre sale de París, comanda el ala derecha del Ejército del Norte que decide la batalla de Valmy, primera victoria de las armas revolucionarias que comenta Johan Wolfgang Goethe, quien dice que esta batalla divide la historia militar de Europa. Poco más tarde, al mando de una división del Ejército del Norte, Miranda ocupa Amberes, haciendo capitular al ejército austriaco, el 29 de de noviembre. En esta victoria nuevamente da muestras de su alto sentido y sensibilidad humanitarias, al ordenar que soldados y oficiales compartan su asignación de rancho con el pueblo que estaba hambriento. Cuatro años antes, Miranda había estado en la ciudadela, las fortificaciones y los cuarteles de Amberes, y ve con emoción la silla en la que Rubens solía sentarse a pintar.
Ya residenciado en Londres en su última etapa, Miranda frecuentará y será correspondido por un hombre pequeño de estatura, de aspecto extravagante que es connotadísimo profesor decano y rector del Tate o Universidad de Londres: Jeremy Bentham (1748-1832), filósofo, economista y jurisconsulto inglés, fundador del utilitarismo. Bentham en 1802 publica Treatises on Civil and Penal Legislation en 3 vol., obra que influenciará la redacción de códigos civiles y penales. Entre el sinnúmero de ideas de Bentham estaba el “Panopticón”, una planta en forma de poliedro regular para viviendas y establecimientos industriales, planta adoptada luego a establecimientos penitenciarios con el fin de humanizarlos.
Miranda escribió Proyectos de Constitución en 1801 y 1808, Apuntes para un Gobierno, ideas políticas y jurídicas, que lo avalan como feminista pionero por el papel que da a la mujer en los cabildos; iniciando además el Derecho Agrario en Hispanoamérica porque propone reparto de tierras entre la gente humilde bajo un concepto censatario: “”El Gobierno cuidará de distribuir a cada indio que no tuviere propiedades suficientes diez fanegadas de tierra para casados y cinco para solteros”. “Porque Miranda –dice su estudioso Miguel A. Villarroel- concebía al ciudadano, como hombre responsable de sus deberes y derechos y para ello había que proveerlo de una propiedad que al mismo tiempo de proporcionarle su propio sustento y el de su familia crearan en él, por su trabajo y progreso, la satisfacción y el disfrute del hombre libre”.
A su regreso a Venezuela, en 1810-12, Miranda propuso al Congreso de la Primera República la abolición de la esclavitud de aquellos que se enrolaran en el ejército patriota por un lapso de cinco años. La respuesta no se hizo esperar por parte de aquellos que tenían grandes latifundios cultivados por mano de obra esclava. —“Se ve que el general Miranda no tiene intereses que defender en Venezuela”—, dijeron iracundos algunos asistentes a las sesiones de la asamblea. Lo cierto es que con esta oportuna medida propuesta preventivamente, quizás Venezuela se hubiera abreviado las “revoluciones” de Monteverde, Boves y la gran guerra federal que vendrá luego, dejando al país en la más espantosa y terrible miseria.
Entre los tantos planes mirandinos estuvo realizar una revolución educativa. En esa casa de Londres en el emblemático años de 1810, Simón Bolívar conoce a John Lancaster que era amigo de Miranda, y también allí el joven se entera del sistema de la enseñanza mutua, que para ese entonces era considerado un método que revolucionaría la educación por su factor multiplicador.
El 28 Grafton Way, llamado “Crisol del Americanismo” por el historiador recientemente fallecido José Luis Salcedo Bastardo, era frecuentado por una joven aspirante a los estudios de medicina, quien oculta su verdadero sexo para poder hacerlo y luego ejercer un oficio prohibido a las mujeres en la Inglaterra de entonces. James Barry (1795-1865) dedica a nuestro emérito compatriota su tesis sobre úlceras duodenales, luego adopta e intercala el nombre de “Miranda” al apellido Barry. Alcanza notoriedad como médico, siendo su último cargo Inspector de Hospitales en Ciudad del Cabo, África del Sur, a su muerte se descubre el secreto de James en la autopsia. James Miranda Barry es considerada una de las pioneras del feminismo británico y europeo, además fue propulsora de las enfermeras antes que Florence Nightingale.
James Miranda Barry no volvió a ver a su mentor Francisco de Miranda, puesto que había emprendido el regreso a la patria en 1810. Año y medio después a Miranda le aguarda un trágico colofón: las revoluciones no perdonan, se devoran a aquellos quienes primero las cuajan. Las ironías del destino hacen que este adelantado padeciera un peregrinar por esas cárceles que criticó y quiso cambiar: la prisión de San Carlos en La Guayra, el castillo de San Felipe en Puerto Cabello, el castillo de El Morro en Puerto Rico y el castillo de las Cuatro Torres en el Arsenal de La Carraca, en San Fernando de Cádiz, lugar más humano y decente donde muere el 14 de julio de 1816. A estos cuatro años de cárcel como reo de Estado sin causa, hay que sumar en el haber de Miranda los casi dos años que estuvo preso en París en tiempo de la represión jacobina en la Consejería del Palacio de Justicia, en La Force y en la Madelonettes.
El primer líder
Francisco de Miranda (1750-1816) es adelantado y pionero en iniciativas humanitarias y sociales. Hombre inquietante y héroe dramático, como representante del Siglo de las Luces, paseó su señorío con desparpajo y garbo por los cuatro acontecimientos grandes de su tiempo: la guerra de independencia norteamericana, la revolución francesa, testigo de la revolución industrial inglesa e inicia la guerra de independencia iberoamericana, convirtiéndose por mérito propio en el primer líder de la emancipación o protolíder, como le llamó Alfonso Rumazo González.
Miranda es un oficial y sabe como pocos de las artes militares, pero siendo el iluminismo encarnado, cultiva muchísimos y variados conocimientos, representa a “un mundo de hombres”. Estaba inmerso en las preocupaciones de su tiempo: la dignidad y los derechos humanos, la educación y la asistencia social… que van a ser atendidos a partir de finales del s. XIX.
El caraqueño va y conoce personalmente a los protagonistas de ideas y hechos, lee y anota algunas consideraciones personales al margen de sus libros. Viaja lleno de libros y papeles, poco importa que estén o no prohibidos por el Índice. Entre estos personajes está Cesare Beccaria (1738-1794), filósofo y criminalista italiano, autor del Tratado de los delitos y las penas, texto básico y fundamental en Derecho Penal. Miranda conoce al eminente profesor en Milán porque “era alguien cuya obra conocía y con quien deseaba conversar, tratar y aprender”.
El criollo se preocupó por la situación de las cárceles y hospitales, por la pena de muerte, las torturas y los castigos corporales en prisiones, colegios, cuarteles y otras instituciones. Anota y nota aspectos estadísticos, critica situaciones… tal es el caso en el que cita unas Memorias de un tal Raptin: “Las prisiones aquí son la vergüenza de la humanidad” (Colombeia, Tomo VI, pp.63-64), en Noruega Miranda visita la academia militar, el puerto y “la prisión maldita” (Radstugukären), “con dos calabozos malditos para presos en cadena” (Colombeia, Tomo VI, p.50).
En esa dinámica e intrincada época de viajes, Miranda bajo la influencia del autor británico John Howard induce al Príncipe Real en Dinamarca a una revisión del sistema penal, obtiene además la libertad de una bella mujer de dieciocho años condenada a muerte por infanticidio. Por ello, se le considera Reformador del Régimen Penitenciario en Dinamarca desde 1788.
En 1792 Miranda se incorpora al ejército revolucionario de Francia y el 6 de septiembre sale de París, comanda el ala derecha del Ejército del Norte que decide la batalla de Valmy, primera victoria de las armas revolucionarias que comenta Johan Wolfgang Goethe, quien dice que esta batalla divide la historia militar de Europa. Poco más tarde, al mando de una división del Ejército del Norte, Miranda ocupa Amberes, haciendo capitular al ejército austriaco, el 29 de de noviembre. En esta victoria nuevamente da muestras de su alto sentido y sensibilidad humanitarias, al ordenar que soldados y oficiales compartan su asignación de rancho con el pueblo que estaba hambriento. Cuatro años antes, Miranda había estado en la ciudadela, las fortificaciones y los cuarteles de Amberes, y ve con emoción la silla en la que Rubens solía sentarse a pintar.
Ya residenciado en Londres en su última etapa, Miranda frecuentará y será correspondido por un hombre pequeño de estatura, de aspecto extravagante que es connotadísimo profesor decano y rector del Tate o Universidad de Londres: Jeremy Bentham (1748-1832), filósofo, economista y jurisconsulto inglés, fundador del utilitarismo. Bentham en 1802 publica Treatises on Civil and Penal Legislation en 3 vol., obra que influenciará la redacción de códigos civiles y penales. Entre el sinnúmero de ideas de Bentham estaba el “Panopticón”, una planta en forma de poliedro regular para viviendas y establecimientos industriales, planta adoptada luego a establecimientos penitenciarios con el fin de humanizarlos.
Miranda escribió Proyectos de Constitución en 1801 y 1808, Apuntes para un Gobierno, ideas políticas y jurídicas, que lo avalan como feminista pionero por el papel que da a la mujer en los cabildos; iniciando además el Derecho Agrario en Hispanoamérica porque propone reparto de tierras entre la gente humilde bajo un concepto censatario: “”El Gobierno cuidará de distribuir a cada indio que no tuviere propiedades suficientes diez fanegadas de tierra para casados y cinco para solteros”. “Porque Miranda –dice su estudioso Miguel A. Villarroel- concebía al ciudadano, como hombre responsable de sus deberes y derechos y para ello había que proveerlo de una propiedad que al mismo tiempo de proporcionarle su propio sustento y el de su familia crearan en él, por su trabajo y progreso, la satisfacción y el disfrute del hombre libre”.
A su regreso a Venezuela, en 1810-12, Miranda propuso al Congreso de la Primera República la abolición de la esclavitud de aquellos que se enrolaran en el ejército patriota por un lapso de cinco años. La respuesta no se hizo esperar por parte de aquellos que tenían grandes latifundios cultivados por mano de obra esclava. —“Se ve que el general Miranda no tiene intereses que defender en Venezuela”—, dijeron iracundos algunos asistentes a las sesiones de la asamblea. Lo cierto es que con esta oportuna medida propuesta preventivamente, quizás Venezuela se hubiera abreviado las “revoluciones” de Monteverde, Boves y la gran guerra federal que vendrá luego, dejando al país en la más espantosa y terrible miseria.
Entre los tantos planes mirandinos estuvo realizar una revolución educativa. En esa casa de Londres en el emblemático años de 1810, Simón Bolívar conoce a John Lancaster que era amigo de Miranda, y también allí el joven se entera del sistema de la enseñanza mutua, que para ese entonces era considerado un método que revolucionaría la educación por su factor multiplicador.
El 28 Grafton Way, llamado “Crisol del Americanismo” por el historiador recientemente fallecido José Luis Salcedo Bastardo, era frecuentado por una joven aspirante a los estudios de medicina, quien oculta su verdadero sexo para poder hacerlo y luego ejercer un oficio prohibido a las mujeres en la Inglaterra de entonces. James Barry (1795-1865) dedica a nuestro emérito compatriota su tesis sobre úlceras duodenales, luego adopta e intercala el nombre de “Miranda” al apellido Barry. Alcanza notoriedad como médico, siendo su último cargo Inspector de Hospitales en Ciudad del Cabo, África del Sur, a su muerte se descubre el secreto de James en la autopsia. James Miranda Barry es considerada una de las pioneras del feminismo británico y europeo, además fue propulsora de las enfermeras antes que Florence Nightingale.
James Miranda Barry no volvió a ver a su mentor Francisco de Miranda, puesto que había emprendido el regreso a la patria en 1810. Año y medio después a Miranda le aguarda un trágico colofón: las revoluciones no perdonan, se devoran a aquellos quienes primero las cuajan. Las ironías del destino hacen que este adelantado padeciera un peregrinar por esas cárceles que criticó y quiso cambiar: la prisión de San Carlos en La Guayra, el castillo de San Felipe en Puerto Cabello, el castillo de El Morro en Puerto Rico y el castillo de las Cuatro Torres en el Arsenal de La Carraca, en San Fernando de Cádiz, lugar más humano y decente donde muere el 14 de julio de 1816. A estos cuatro años de cárcel como reo de Estado sin causa, hay que sumar en el haber de Miranda los casi dos años que estuvo preso en París en tiempo de la represión jacobina en la Consejería del Palacio de Justicia, en La Force y en la Madelonettes.
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