Aníbal Barca (247-183 a.C.) |
Es el dos de Agosto del 216 a.C. En el sur de la península itálica, cerca de la guarnición de Cannas, cientos de cuervos oscurecen el cielo sobre lo que empezó siendo un campo de batalla y terminó siendo el campo de una masacre.
70 mil romanos están por morir o esperan ser muertos. Los carniceros son hombres de varias nacionalidades, tribus y religiones, pero el conquistador es uno sólo, un general Cartaginés de nacimiento e hispánico por adopción, tiene un ojo muerto y en el otro brilla, como en su apellido, un relámpago.
Se llama Aníbal Barca, y ha invadido Roma pasando por los Alpes, ha destruido tres ejércitos romanos incluyendo este último, el más grande jamás congregado por Roma, 86 mil hombres y dos cónsules. 70 mil están muertos o esperan la muerte, porque la gran mente militar de todas las épocas ha llevado a cabo una maniobra con su ejército de 35 mil que sería una obra de arte si las consecuencias no fueran tan sangrientas, aunque qué obra de arte no encierra intenciones igual se sanguinarias en su interior; Aníbal las ha llevado a cabo con toda la genial literalidad que hará que su maniobra sea estudiada hasta hoy. Ya nada lo separa de Roma y la victoria.
Catorce años después, en los campos de Zama, cerca de su Cártago natal, Aníbal es derrotado por uno de los hombres que sobrevivió a esa jornada del 216 a. C. Seguirán el exilio y el suicidio para no caer en manos de su eterna rival, la Roma que una vez tuvo a sus pies.
Catorce años después, en los campos de Zama, cerca de su Cártago natal, Aníbal es derrotado por uno de los hombres que sobrevivió a esa jornada del 216 a. C. Seguirán el exilio y el suicidio para no caer en manos de su eterna rival, la Roma que una vez tuvo a sus pies.
Las razones por las cuales Aníbal no marchó a Roma después de Cannas se hunden en la Historia. Tito Livio y Polibio lo acusan de haber sido demasiado cauteloso, o indeciso. Increíble en alguien a quien describen casi como inhumano, más allá de que a regañadientes sus páginas chorrean admiración por el genio y la osadía del general. ¿Es duda, indecisión? Otorguémosle a ese hombre que no dudo ni ante los Alpes ni ante 86 mil hombres que no hayan sido ninguna de las dos.
¿Puede ser que lo que Aníbal buscaba era la rendición de Roma, someterla al mismo tratamiento que Roma le propinó a Cártago luego de la primer guerra Púnica, y no su destrucción?
El Personaje
No daremos por cierta la definición que hace el historiador del enemigo de los defectos morales de Aníbal:
“una crueldad inhumana, una perfidia peor que la púnica, una falta absoluta de honestidad y de franqueza, ningún temor a los dioses, ningún respeto por lo jurado, ningún escrúpulo religioso”
(Tito Livio,libro XXI).
Las tres últimas quedan refutadas por Livio mismo cuando retrata a Aníbal en su entrada en escena:
“Aníbal, cuando tenía nueve años, al pedir de su padre Amílcar (…) en el momento en que estaba ofreciendo un sacrificio (…) fue acercado al altar y con la mano sobre el víctima obligado a jurar que tan pronto como pudiera se convertiría en enemigo del pueblo romano”.
Las páginas de Livio cuentan de que sólo un temor cierto a los dioses y a lo religioso (no romanos, claro está) y una fidelidad de hierro a lo jurado llevarían a que Aníbal dedicara su vida a cumplir esa promesa.
No parece creíble que Aníbal quisiera perdonar a Roma. Cartago había sido humillada en la primera guerra Púnica, le habían quitado Cerdeña y Sicilia, le habían desmantelado su flota (su orgullo) y habían obligado a su padre Amílcar a rendirse sin haber perdido una sola batalla.
Luego de la muerte de Amílcar, que había fundado la colonia Cartaginesa en Hispania (dos de las ciudades que fundó Amílcar en España son Cartago nova, hoy la Cartagena española y una ciudad que llevaba el nombre de su familia, Barcino, que con los siglos sería Barcelona) y casi había anexado a todas las tribus locales al poder africano, Aníbal tomaba el lugar de su padre. Todos ven en él la misma furia, la misma mirada. Aníbal vive como sus soldados, lucha desde el frente, duerme en el suelo, come el rancho militar. Ha nacido para honrar su apellido, Barca (relámpago).
Tito Livio (59 a.C.-17 d.C.) |
La segunda guerra Púnica
Cártago firma un tratado con Roma estableciendo como límite de la expansión cartaginesa el Ebro. Podemos imaginar el digusto de Aníbal frente al arreglo que hizo el senado a sus espaldas, pero no importa, sabe que dos imperios en expansión están destinados a chocar, sabe que sólo puede quedar uno en pie, sabe que llegado el momento el quemaría Roma hasta las cenizas como muy probablemente lo harían los romanos si existiera una segunda guerra Púnica. Aníbal es un gran militar: sabe esperar.
La cosa se precipita cuando Aníbal sitia Sagunto, dentro del límite fijado. Aníbal conoce a los Romanos, sabe cómo suelen entrar en guerra. Los romanos se declaran aliados de los Saguntinos, y cualquier acto contra ellos es un acto contra Roma. Aníbal podría haber claudicado de ser diplomático, pero él no ha reunido un ejército para colonizar, él ha reunido al ejército de su padre para cumplir su promesa ante la víctima del sacrificio. Aniquila Sagunto.
Los romanos mandan a un emisario a Cartago que exclama la terrible frase: “entre los pliegues de mi toga está la posibilidad de la guerra o de la paz”. Los políticos Cartagineses, muchos de ellos lo suficientemente humillados y empobrecidos por el tratado de rendición, se ponen de pie y gritan: “¡Guerra!”
Aníbal tiene lo que deseaba. No puede llegar a Roma por Sicilia, la armada Romana ahora es más poderosa que la Cartaginesa. Debe ir por tierra. Reúne a sus soldados, infantería Libia que esgrime la temible Falcata (una espada curvada hacia delante para despedazar), hispánicos de espadas cortas y puntiagudas, honderos salvajes de las baleares, la mejor caballería de la época, los númidas, que montan a pelo desde antes de saber caminar y atacan utilizando la sorpresa y la falsa retirada; por supuesto, están sus legendarios elefantes. Aníbal llega a Galia, pero sus tropas de reconocimiento le dicen lo que intuía, el camino está cerrado por el experimentado Cónsul Publio Cornelio Escipión, que sabe que tiene el terreno a su favor.
La ruta de invasión de Aníbal |
Pero Aníbal lo tomará por sorpresa. Planea una empresa que de lograrla lo dejará en la memoria de la humanidad por siempre. Cruzará la muralla protectora de Italia, los Alpes. En una travesía infernal, dónde mueren miles, el ejército de Aníbal (sólo un gran general puede inspirar a las tropa a llevar a cabo algo semejante) supera los pasos helados en pleno invierno, con elefantes y caballos. Del otro lado está la gloria eterna de destruir Roma. Si lo logra, no hay nada que lo prive de tener su venganza.
Aníbal emerge de la muralla de piedra con sus elefantes y su ejército, los Galos Cisalpinos se le unen al sólo verlo. Son guerreros feroces, que supieron saquear Roma en el 380 a.C., esgrimen hachas y espadas largas, son grandes caballeros y miden cerca de un metro noventa de promedio. Odian a los romanos que han aprendido a vencerlos casi tanto como Aníbal.
Publio Cornelio Escipión se pregunta si Aníbal ya ha vuelto a Hispania. Cree que los romanos son simplemente mejores. Con su hijo Publio Cornelio el joven, un adolescente y una tropa de tres mil de caballería se dirige a Roma a dar su informe. En Tesino, Aníbal los aguarda con sus invencibles jinetes Númidas.
La tropa del Cónsul es aniquilada, éste apenas se salva debido al arrojo de su hijo, que no olvidará nunca a ese hombre, Aníbal, que no le teme a la muerte.
Batalla de Trebbia
El cónsul que había sido enviado al sur a cubrir la ruta de Sicilia, Tiberio Sempronio Longo sabe que le queda un mes como Cónsul. Quiere, como buen romano, la gloria. Aníbal maneja una red de espionaje brillante tanto en la capital como en las ciudades menores. Sabe que Longo es imprudente y arrojado.
Los dos ejércitos acampan a las orillas del río Trebbia. Longo tiene el doble de hombres y mucha confianza. Aníbal conoce a Longo. A la noche envía escaramuzadores para que crucen el río y ataquen el campamento romano. Longo entra en cólera. Cruza el río con el ejército formado para la batalla en la maniobra estándar de los romanos. A los costados la caballería, en el centro las legiones en perfecta coordinación, con escudos ovalados, cotas de malla, jabalinas (pilum) y sus temibles gladius (espadas cortas para apuñalar).
Aníbal aparenta darle lo que quiere. En el centro la infantería, a los costados la caballería. Pero antes de mandar a los escaramuzadores, Aníbal dio la orden a su hermano Magón de que se ocultara con tres mil hombres a un costado del campo de batallas, en un pastizal. Los romanos cargan de frente. Aníbal presiona los flancos enemigos con una carga de elefantes (los caballos y hombres romanos no los habían visto jamás) seguida de su caballería númida y Gala. Los jinetes romanos huyen.
Sin embargo, Longo cree estar cerca de lo que buscaba, el centro cartaginés retrocede y está a punto de romperse. Longo da la señal para que la infantería presione aún más. Ahora, las tropas de Magón han dejado de estar a un costado del campo de batalla para estar a la retaguardia de los romanos. Da la orden. Los romanos son atrapados por la caballería a los costados y sorprendidos por Magón por la retaguardia. Es el fin.
Longo es una de las víctimas. Las bajas romanas son enormes, pero hubieran sido mayores de no ser porque la presión terrible de la legión logró romper el centro Cartaginés para que al menos unos miles escaparan.
Galos, Hispánicos, Númidas y Libios aclaman a su general.
La campaña del Arno
En Roma nombran a dos nuevos cónsules, Gémino y Flaminio. Ambos plantean una buena estrategia, la que habían planeado Escipión y Longo, sólo que el segundo se apresuró a romper. Además, el terreno de Toscana es propicio. Flaminio cubrirá la rivera del Arno, Gémino la costa oriental. Aníbal deberá toparse con alguno de los dos, y el otro aprovechará para flanquearlo. Pero parece que no conocen a Aníbal. El hombre que ha cruzado los Alpes no teme pasar por los pantanos inhóspitos de la rivera del Arno. Es una experiencia terrible. Mueren cientos de hombres, y los elefantes que quedaban. Aníbal sufre una infección y pierde la visión en un ojo. Pero al final cruzan, y Aníbal gira hacia la posición de Gémino.
Como conocía a Longo, Aníbal conoce a Gémino. Sabe que es un hombre cauteloso, buen soldado, pero le falta astucia. Sabe que lo más seguro es refugiarse en una fortaleza como Arrecio a esperar a Gémino. Aníbal tiene que hacerlo salir de Arrecio antes de que Gémino llegue. La campaña de Aníbal por Toscana y el cruce de los pantanos ha durado varios meses. El tiempo para los cónsules es de seis meses. Flaminio no puede esperar para siempre, por cauteloso que sea. Aníbal utiliza algo que los romanos nunca manejaron, la psicología. Inicia una campaña de terror e incendio de campos y poblados alrededor de Arrecio, lo suficiente para que Flaminio pueda ver el humo desde su posición fortificada. Es una batalla que si la gana, Aníbal sabe que tendrá la mitad de la batalla con las armas ganada.
Al final, Flaminio no puede evitarlo, sale a la caza de Aníbal. Su ejército es más grande, pero no se puede confiar. Sabe que debe esperar el momento justo.
Emboscada en el Lago Trasimeno
Al pasar junto al lago Trasimeno, Aníbal encuentra la posición que buscaba.
Cerca de la madrugada, entre la niebla del lago, las legiones de Flaminio marchan preocupadas. Hay un camino estrecho entre el lago y una colina. Flaminio da la orden de armar el campamento, y como buen militar, manda una patrulla de reconocimiento al frente. Un tiempo después, la patrulla vuelve al galope, mermada. Del otro lado han visto el campamento de Aníbal. Fueron atacados por los cuerpos de centinela. Flaminio sabe que si no actúa Aníbal cargará contra ellos, y si actúa rápido puede sorprenderlo antes de que esté preparado para dar batalla. Da la orden de marcha. A medio camino, aparecen las luces del campamento de Aníbal del otro lado. Flaminio lo tiene donde lo quería y da la orden de ataque. En ese momento, se siente un temblor a un lado del camino. A través de la niebla, se materializa el grueso del ejército cartaginés que desciende por la colina para chocar contra la fila de Flaminio atrapado entre la colina y el lago. Muchos legionarios ni siquiera tienen las armas en las manos. Aníbal había dejado un señuelo del otro lado de cruce. Los cartagineses barren la línea romana. Muchos saltan al lago y se hunden por el peso de las armaduras. Flaminio muere en la batalla. Es la emboscada más genial de todos los tiempos.
Un mensajero llega al foro y da la noticia: “hemos perdido en la gran batalla”. Se ordena a Gémino regresar con sus hombres a proteger la ciudad.
La dictadura del retardador
Aníbal sabe que no puede sitiar la ciudad con un ejército consular y 500 mil ciudadanos con capacidad de empuñar las armas. La segunda guerra Púnica entra en un tiempo muerto.
La república debe recurrir por primera vez en su historia a la medida que más odian, la negación de su republicanismo. Nombran a un dictador, un hombre al que se le da la suma del poder público por seis meses en caso de extrema gravedad. Se llama Quinto Fabio Máximo, un militar experimentado y sabio. Máximo recurre a la estrategia más lúcida. Evita confrontar con Aníbal. Reúne un ejército gigantesco, más de sesenta mil, pero no va a la batalla. Los romanos lo desaprueban, pero él tiene el puño de hierro. Combatir de frente es the roman way, pero Máximo se niega. En su lugar lleva a cabo una estrategia de tierra arrasada. Todos los campos que no están para cosecha son incendiados, se llenan los graneros de las ciudades y se raciona. Estas estrategias de guerra basadas en no luchar directamente, sino en cambio acosar al enemigo y desgastarlo (como la de Barclay de Tolly en 1812 cuando Napoleón invadió Rusia) aún hoy siguen llamándose "Tácticas fabianas", en honor a Fabio Máximo. Aníbal y su ejército empiezan a languidecer al vagar por el Lazio. Máximo lleva a cabo táctica de guerrilla, acosa la retaguardia de Aníbal. El gran general sabe que si no logra una gran victoria o si no obtiene provisiones empezarán las deserciones. En un duelo más mental que militar, Aníbal saquea la campiña romana, pero en un golpe de brillante astucia, destruye todo menos las propiedades de Máximo, alimentando así la impopularidad y la sospecha que en Roma pesan sobre el dictador.
Quinto Fabio Máximo (280-203 a.C.) |
Máximo se ganar el apodo de "Cuntactor" (El retardador). Pero su táctica está dando resultado. En un momento Aníbal logra quebrar el rodeo del dictador y logra escapar al sur. En el peor de sus momentos, no sabe que se aproxima la batalla que lo dejará en los libros de Historia. El ejército Cartaginés saquea el pueblo y la guarnición de Cannas. Está cerca del Adriático, en medio de un terreno escarpado. Es una manobra fruto de la desesperación. Aníbal ha quedado atrapado entre el río Ofanto y las colinas circundantes. La única salida conduce hacia el ejército del Retardador.
Sin embargo, los seis meses de gracia han terminado para Máximo. Ha logrado reunir y armar un ejército terrible de 86 mil hombres, pero no puede hacerse cargo de él. Es removido de su cargo y llegan a las sillas curules Emilio Paulo y Terencio Varrón. Ya no irán cada uno con su ejército, los dos comandarán (día por medio cada uno) ese enorme yunque para terminar con la pesadilla de Aníbal de una vez por todas.
Cannas, obra maestra dela guerra
Aníbal debe haber pensado que en ese momento se definiría si la que terminaría en cenizas sería Roma o Cartago. Sabe que de tener la oportunidad Roma terminará. Sabe que si falla será Cartago. No hay en él dudas, como dicen Polibio y Livio.
Ambos historiadores caracterizan a Paulo como un hombre cauto y sabio, y a Varrón como estúpido e imprudente. Lo cierto es que Paulo es abuelo de Emiliano Escipión, quien en la tercera guerra Púnica destruirá Cártago, así que es lógico que quede como el bueno. Varrón ha estudiado las batallas anteriores. Sabe que en Trebbia un ejército menor logró romper el centro de Aníbal. Sabe que en el terreno de Cannas, estando Aníbal arrinconado y sin elefantes, no puede haber sorpresa en la retaguardia ni en los flancos. Sabe que si logra contener la poderosa caballería Gala y Númida será cuestión de tiempo para que colapse el centro enemigo.
El día que Varrón está a cargo, el mega ejército cruza el Ofanto y le cubre la única salida a los invasores.
Aníbal coloca a la caballería gala en el flanco izquierdo a cargo de Asdrúbal, y a la númida en el derecho a cargo de Hannón. Forma la infantería de una manera extraña, en forma de cuarto creciente, con el centro hacia delante y las puntas hacia atrás. En el centro coloca a los contingentes galos e hispánicos. A los costados (los vértices de las medialunas) los veteranos del norte de África, su infantería más disciplinada, que queda detrás de los galos e hispanos. Aníbal y Magón se colocan entre ellos para liderarlos.
Del otro lado, Varrón forma su caballería en los flancos, y en el centro la formación homogénea de legionarios. Varrón lidera el flanco izquierdo de la caballería, en la cual sirve el joven Escipión, dispuesto a vengar lo de Tesino. Paulo lidera la infantería. Varrón da la orden de que los legionarios cierren formación para hacer de ariete, como en Trebbia, contra el centro enemigo.
Sorpresivamente, la primera acción de la batalla de Cannas la da Aníbal, que está a la defensiva. La caballería ataca los flancos romanos. Los galos chocan contra el flanco derecho, los númidas contra el izquierdo. Varrón y Escipión se desesperan al ver que los númidas no intentan vencerlos, golpean y retroceden, golpean y retroceden. Varrón desea aniquilarlos de una vez.
El ariete romano, 70 mil hombres de inercia chocan contra los galos e hispanos. Las jabalinas y luego los gladius aniquilan la primera línea. Aníbal los arenga a mantener la posición, pero es imposible, poco a poco retroceden. Paulo ve con esperanza que el centro cartaginés se va a deshacer.
Mientras, Varrón trata de mantener el orden de sus jinetes, muchos salen en persecución de los númidas y son aniquilados cuando éstos dan la media vuelta. En el otro lado, la caballería gala pulveriza al flanco derecho. Paulo, siempre atento, mira con preocupación que puedan presionar el lado derecho del ariete, pero algo sucede. Asdrúbal no da esa orden, da la señal de que cabalguen hacia el frente. La caballería da gira por la retaguardia de la formación romana y cabalga hacia el flanco izquierdo, Varrón queda atrapado en una maniobra de pinzas entre los galos y númidas y se da a la retirada. Escipión huye también. Nunca olvidará lo que vería después.
La infantería romana hace retroceder el centro Cartaginés. En ese momento, la medialuna pierde su forma, el centro retrocede y la formación de ariete entra en un embudo, la coherencia de la legión se pierde, y con ello el poder de la embestida. En ese momento Aníbal da la señal. Los Libios, con sus escudos y falcatas, que no habían entrado en batalla (estaba a los lados y detrás de los galos e hispanos) se mueven hacia los costados de la formación romana, que no tiene más la caballería cubriéndolos. Paulo entra en pánico, da la orden de retirada. En ese momento, la caballería gala y númida reaparece y cierra la trampa por la retaguardia.
70 mil romanos quedan rodeados por los cuatro lados. Aníbal no tomará prisioneros.
En el atardecer rojo de Cannas, Aníbal tiene ante sí la destrucción de Roma. Algo sucede en él, algo que quizás haya estado nadando en su ojo muerto. Algo que nunca sabremos.
La gloria tiene sabor amargo
Corre el año 183 a.C. Aníbal mezcla en una copa el veneno que llevaba en su anillo de hierro. Está en de huésped en la corte del rey Prusias, en Libisa, que lo ha traicionado entregándolo a sus enemigos eternos, pero Aníbal, como su padre que prefirió saltar a un río que ser tomado prisionero, optará por la muerte. En esos últimos momentos en que siente el gusto amargo de la gloria marchita, quizás haya visto el atardecer rojo, los colmillos nevados de los Alpes que se incrustan en el cielo, los cuervos que vuelan en picada sobre los despojos de tantos ejércitos romanos, la cabeza de su hermano Asdrúbal siendo lanzada en su campamento por sus enemigos, los llantos de las vírgenes vestales barriendo los templos con sus cabellos, la mirada cruel de su padre frente al altar de sacrificio, Sagunto en llamas, los anillos de los senadores en el jarrón que Magón lleva como muestra de la hazaña a casa, la traición de Masinissa, la entrevista con Escipión el joven con la mezcla de odio y admiración mutua, el intento desesperado de dar batalla en Zama, las carcajadas en el senado que ocultaban las lágrimas de su corazón. Ante todo, habrá vuelto a escuchar lo que le dijo Maharbal esa tarde del 216 a.C., ese atardecer rojo: “Aníbal, sabes como obtener la victoria, pero no sabes como aprovecharla”
Cuando los legionarios entran, Aníbal ya ha dejado este mundo.
En el año 200 d.C., cuando los bárbaros vuelven a incursionar dentro del territorio romano, Septimio Severo hará que coloquen una nueva plancha de mármol sobre la tumba de Aníbal, quizás para evitar que vuelva reencarnado en los nuevos invasores. Todos los siglos hasta el fin del imperio, las niñeras romanas asustarán a los niños con la promesa de que Aníbal regresará por ellos si no son obedientes.
Tito Livio estaba equivocado, Aníbal nunca olvidó su juramento de ser la peor pesadilla de los romanos, aún después de su muerte..
Investigación y compilación:
José Rafael Otazo M.
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Profesor Universitario.
Miembro Correspondiente de la Academia de la Lengua, capitulo Carabobo.---------------------
Profesor Universitario.
Miembro de la Ilustre Sociedad Bolivariana de Venezuela.
Miembro de la Digna Sociedad Divulgadora de la Historia Militar de Venezuela.
Miembro de La Asociación de Escritores del Estado Carabobo.
Investigador en la Asociación para el Fomento de los Estudios Históricos en Centroamérica
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