Empecemos por aclarar que la práctica del ayuno en
la masonería actual está casi por completo en desuso, a pesar de haber sido
durante siglos junto con la meditación y la oración, e indisolublemente
vinculado a ellas, una de las prácticas más sagradas e imprescindibles en todas
las religiones o formas filosóficas. Hoy día, salvo contadas logias que mantienen
la obligatoriedad del ayuno en las ceremonias de paso de grado, y sólo a partir
de la condición de maestro, apenas se recomienda esta importante práctica que
debería ejercitarse ya desde la iniciación, como veremos más adelante. La
explicación de esta negligencia se debe a una actitud de respuesta agresiva
hacia la obligatoriedad, y posterior mercantilización, de las vigilias en la
religión cristiana mediante las llamadas “bulas”, que convirtieron los ayunos en
meras conductas hipócritas de mortificación, desposeídas de todo contenido
esotérico e higiénico.
La Iglesia católica concibe el ayuno como
una forma de sufrimiento y de autoflagelación, cuyo único fin es de la
expiación de los continuos pecados que supuestamente los feligreses cometen
durante su vida mundana, aunque esta postura contravenga las sagradas
escrituras. Una de las frases del Evangelio más ilustrativas sobre este asunto,
es la de San Mateo, cuando recomendaba a sus seguidores ayunar para alcanzar
estos objetivos depurativos, tan distintos a los de la mortificación física como
medio de penitencia: “Y cuando ayunéis, no os
pongáis tristes, como los hipócritas, que desfiguran sus rostros para que se
vea que ayunan... Tú, por el contrario, cuando ayunes, perfuma tu cabeza y lava
tu rostro...” (San Mateo 6, 16, 17).
También Zacarías dice: “Así dice
Yavé de los ejércitos: El ayuno del cuarto mes, y el ayuno del quinto, y el
ayuno del séptimo ,y el ayuno del décimo se tornarán para la casa de Judá en
gozo y regocijo y en festivas solemnidades” (Zac. 8, 19).
Es cierto que debemos situarnos en el
tiempo y comprender que aunque después degenerasen en crueldades gratuitas,
como el último acto de fe celebrado en España, en la plaza del mercado de
Valencia el día 31 de julio de 1826 y por el cual fue ahorcado el hermano
Gaietá Ripoll i Plá, acusándole de que “..no iba a misa y acostumbraba a comer carne durante los jueves y
viernes santos...”, las normas de higiene,
sino eran impuestas a látigo, no las cumplía ni el Rey. Como anécdota a este
respecto, y sin que sirva de justificación de la conducta salvaje de la
Inquisición española, reproduzco un párrafo de las normas que daba el doctor D.
Luis Lobera de Ávila en su tratado
de “Banquetes de Nobles Caballeros”,
escrito en 1530, para aquellos señores que hiciesen peregrinación: “Y alaba para ayuda a este descanso con la
quietud, el baño. Y los señores de España, que no tienen en costumbre de baños,
es bien, como dice Hipocrás, que se ande las rodillas abaxo y en ayunas,
cortadas las uñas y raídas las plantas de los pies, y que haya hecho primero cámara...”
Sin embargo la práctica del ayuno
voluntario tiene dos funciones primordiales completamente diferentes a las del mensaje
de mortificación: como instrumento de higiene corporal y como medio de
preparación a la meditación. La práctica voluntaria del ayuno supone para quién
lo práctica una verdadera cura de salud con el consiguiente bienestar corporal.
En cuanto a su función como ayuda a la meditación, resulta casi imprescindible ya
que induce al estado de vigilia, palabra normalmente utilizada como sinónimo desayuno,
pero que en realidad significa una actitud intelectual de máxima atención y percepción.
Estos estados de vigilia suelen ser criticados por algunos médicos, de hecho
los ayunos prolongados suelen provocar reacciones incontroladas y fatal es para
quienes las practican sin el debido control médico, por ello en este libro no entramos
en tan polémico y delicado asunto para no inducir a algún hermano a llevar a cabo experimentos que podrían ser
negativos para su salud física y mental.Los ayunos propuestos en este apartado son
simplemente de un día, e incluso no recomendamos la abstinencia total, ya que
para obtener los resultados que pretendemos, una dieta frugal es igualmente
válida. A este respecto conviene recordar que las diferentes religiones tienen
sus propios criterios, incluso dentro del cristianismo hay importantes
controversias pudiéndose distinguir tres clases de abstinencia:
* La de alimentos húmedos que, según San Epifanio, sólo permitía la
ingestión
de sal, pan y agua.
* La de carne y vino, descrita por San Cirilo en Jerusalén.
* La de sangre y carnes sofocadas, que en realidad es una prolongación de la
abstinencia judía.
Según San Jerónimo, la abstinencia data de
la venida de Cristo al mundo. San Gregorio Nacianceno sostenía que San Pedro
se alimentaba exclusivamente de altramuces. Tertuliano narraba como en el siglo
II los cristianos no consumían carne ni vino. San Epifanio, en el siglo IV,
testifica como existían varias formas de abstinencia y es en el Primer Concilio
de Jerusalén, donde Santiago regula por primera vez cómo han de ser los ayunos
que han de seguir los gentiles convertidos al catolicismo, si bien no es hasta
el 325, en el Concilio de Nicea, cuando se establece la Cuaresma, es decir el
tiempo de ayuno anual del cristianismo. Tertuliano nos describe puntualmente
como en la Iglesia cristiana primitiva, los catecúmenos debían observar una
abstinencia de veinte días antes de recibir el Bautismo, lo que suponía una
verdadera iniciación alquímica, ya que el recipiendario vivía una verdadera
prueba de paso por la muerte.
Fuente; la cocina Masónica, Pepe Iglesias.
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