Hablar de Marianne es hablar antes que
nada de un símbolo. Y como todo símbolo, es la encarnación de un
concepto polisémico, multifacético y por lo tanto, objeto de múltiples
interpretaciones, dependiendo en gran parte de los avatares históricos y
de los entornos culturales. Glorificada y objeto de verdadera devoción
por unos, aborrecida y ridiculizada por otros, tal ha sido el destino de
esta emblemática figura femenina, que ha desatado durante los tres
últimos siglos apasionadas polémicas.
A primera vista, puede parecer
paradójico y hasta causar cierta gracia que el busto de Marianne,
semidesnudo, llevando su característico gorro frigio, presida en muchas
logias de corte liberal y adogmático, justo atrás del Venerable Maestro,
entre el Sol y la Luna y a un costado del Triangulo, cuando muchos de
los “Hermanos tres puntos” no se han destacado precisamente por su
excesivo vanguardismo feminista. Dirán que tampoco los revolucionarios
franceses quienes inventaron este emblema, elevando con Marianne, la
mujer al rango de divinidad emancipadora, buscaron un cambio radical de
la condición de sus esposas, madres e hijas. Pero esta es otra historia.
Así
que cabe preguntarnos ¿Qué tiene que hacer en estas tierras laicas y
uno de los últimos bastiones del machismo para algunos -, esta diosa
cuyo simbolismo no remite al arte de la construcción?
Marianne, tal como la conocemos hoy,
es el fruto innegable de los acontecimientos revolucionarios que
transformaron Francia de un Estado absolutista en nación moderna,
convergencia de la filosofía de las Luces y de la utopía masónica.
Marianne es la personificación de la República y de la Laicidad y de sus
valores plasmados en la tri-divisa: Libertad, Igualdad, Fraternidad.
Sin embargo, su origen no se circunde sólo a la Francia del siglo XVIII,
ni a la masonería. Es heredera de un mensaje universal que tiene sus
raíces en la cultura grecorromana, que explica en parte su casi
omnipresencia en el imaginario ligado a la construcción de las naciones
modernas en Europa y América.
Marianne,
cuyo significado al parecer no es más que el compuesto de dos nombres
comunes, Marie y Anne (María y Ana), de paso, figuras bíblicas femeninas
de primer orden, apareció en el telón político y social, por primera
vez, en la convulsionada e incipiente republica francesa, la cual
buscaba una imagen poderosa, susceptible de reemplazar la real y
oficialista flor de lis en el inconsciente colectivo, un nuevo símbolo
capaz de impactar la gran masa analfabeta de la época.
El
sello del nuevo régimen sería el de una diosa encarnando la Libertad
ilustrada por la Razón, de una profetiza pagana bajo los rasgos de una
jovial joven, hija del pueblo que sus detractores asimilaron a menudo a
la imagen de una sirvienta o a la de una prostituta. Retomando los
rasgos de la Libertas romana, los revolucionarios mantuvieron algunos
símbolos asociados a su imagen, pero le imprimieron su propio sello,
creando un nuevo icono. Es así como desde sus primeras expresiones
estéticas, en especial, pictóricas, Marianne no aparecerá acompañada de
un felino, enemigo por naturaleza de toda coacción, pero sí con su
típico gorro frigio de intenso color rojo, símbolo de la sangre
derramada en la lucha por la abolición de la monarquía y del yugo
clerical.
Recordemos
aquí que, según los especialistas, el gorro frigio nació, como su mismo
nombre lo indica, en la región de Frigia, situada en Asia Menor, actual
Turquía y en Persia, hoy Irán. Atributo de Mitra, Dios de la luz solar y
cuyo culto se desarrolló en la Roma antigua como una religión
mistérica, organizado en sociedades secretas, exclusivamente masculinas,
de tinte militar, de carácter esotérico e iniciático, pasó a ser el
distintivo de los libertos, los esclavos liberados por sus amos.
Así
se entiende como Marianne, encarnación de las virtudes laicas y del
humanismo republicano: la libertad absoluta de conciencia, fundamentada
en una emancipación de la conciencia individual; el espíritu racional
que libera el juicio frente a una moral dictada por un dogma; la
igualdad irrestricta de cada ciudadano ante la ley cualquiera sea su
opción espiritual, bien sea creyente, agnóstico o ateo; el respeto a la
diversidad procurando una real mixidad; la búsqueda del bien común y la
realización de la justicia social, se funde y se confunde
irremediablemente con la historia y los valores masónicos, por lo menos,
los del Rito Francés.
Es
ilustrativa, al respecto, toda la iconografía desarrollada de una
Mariana como figura alegórica de la republica masónica. En este sentido,
también, no es de extrañarse que bajo todos los gobiernos
conservadores, pero en especial, en las sombrías horas del gobierno
petinista de la II Guerra Mundial, tanto la Masonería como Marianne – se
ha hablado de mariannofobia – hayan tenido que retirarse a una vida de
clandestinidad.
Celta .·.
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