…..En
el trato con el prójimo hay dos clases de injusticia: la primera es la de
aquellos que provocan un perjuicio; la segunda es la de los que tienen en su
mano desviar un perjuicio de aquellos a quienes dirigido, y sin embargo no lo
hacen. De esta forma, la injusticia puede cometerse de forma activa de dos
maneras, por fuerza y por fraude. Por fuerza, realizada a la manera del león, y
por fraude, realizada a la manera del zorro. Pero resultando ambas totalmente
repugnantes ante el deber ciudadano, la injusticia por fraude es incluso más
detestable. La Masonería condena especialmente aquellas maldades en las que el
infractor induce a otros a tomar parte. Él puede arrepentirse; puede, tras
esfuerzos agónicos, retomar el sendero de la virtud; su alma puede purificarse
a través de mucha angustia y mucha lucha interior; pero a la criatura débil que
él descarrió y a quien hizo partícipe de su culpa no puede hacerla partícipe de
su arrepentimiento y enmienda. Y él puede compungirse, pero no puede cambiar el
camino torcido del otro a quién enseñó a dar el primer paso hacia la perdición,
un camino del que él mismo es testigo inevitable. (…) Esforcémonos por ser
justos al juzgar los motivos de los otros hombres. Apenas conocemos nada de los
verdaderos méritos o deméritos de cualquier semejante. Rara vez conocemos con
certeza si este hombre es más culpable que ese otro, o incluso si este hombre
es muy bueno o muy perverso. Apenas habrá uno de entre nosotros que, a lo largo
de su vida, no haya estado en algún momento a punto de cometer un crimen. Cada
uno de nosotros puede mirar atrás y estremecerse al contemplar el momento en
que nuestros pies se resbalaban al borde del precipicio que se despeña en el
abismo de la culpa; y si la tentación hubiese sido algo más intensa, o algo más
continuada, o si la penuria hubiese apretado un poco más, o un poco más de vino
hubiese turbado nuestro intelecto, destronado nuestro juicio y despertado
nuestras pasiones, nuestros pies habrían resbalado, y nosotros habríamos caído
para no levantarnos jamás.
Entre
todas las naciones antiguas había una fe y una idea de la Deidad para el
ilustrado, inteligente y educado, y otra para el vulgo. Los hebreos no eran una
excepción a esta regla. Jehová, para la masa del pueblo, era como los dioses de
las naciones circundantes, salvo por el hecho de que era el Dios peculiar,
primero de la familia de Abraham, de la de Isaac y de la de Jacob, y
posteriormente el Dios Nacional; y, tal y como creían, más poderoso que los
otros dioses de similar naturaleza adorados por sus vecinos. “¿Quién entre los
dioses fenicios, caldeos, babilonios, sidonios y filisteos se te compara y te
ensombrece?” – esto expresaba todo su credo. Pero esas no eran las ideas de la
minoría ilustrada e iluminada entre los hebreos. Es cierto que ellos poseían un
conocimiento de la verdadera naturaleza y atributos de Dios, como la misma
clase de hombres lo tuvo entre las otras naciones: Zaratustra, Menu, Confucio,
Sócrates y Platón. Pero sus doctrinas al respecto eran esotéricas, y no eran
comunicadas al grueso del pueblo, sino únicamente a una minoría favorecida, y a
la manera en que eran comunicadas en Egipto y la India, en Persia y en Fenicia,
en Grecia y en Samotracia, a través de los grandes misterios, y a los
iniciados. La comunicación de este conocimiento y otros secretos, algunos de
los cuales posiblemente se hayan perdido, constituyeron, bajo otros nombres, lo
que hoy en día llamamos Masonería, Masonería libre o Francmasonería.
La
Masonería no es una religión. Aquel que hace de ella una creencia religiosa la
falsifica y la desnaturaliza. El brahmán, el judío, el mahometano, el católico
y el protestante, cada uno profesando su particular religión, sancionada por
las leyes, por el tiempo y por el entorno, debe atenerse a ellas, pues las
normas sociales y las leyes sagradas adaptadas a los usos, maneras y prejuicios
de cada nación son creación de los hombres. Pero la Masonería enseña, y ha
preservado en toda su pureza, los elementos cardinales de la vieja y primitiva
fe que subyace y constituye el cimiento de todas las religiones. La Masonería
es la moralidad universal válida para los habitantes de todas las tierras y
para los hombres de todos los credos. No enseña doctrinas, excepto aquellas
verdades que apuntan directamente al bienestar del hombre; y aquellos que han
pretendido emplearla para venganzas inútiles, fines políticos y prácticas
jesuíticas tan sólo la han pervertido para propósitos ajenos a su verdadero
espíritu y auténtica naturaleza.
La
Masonería enseña que todo poder se delega para el bien, y no para el perjuicio
del Pueblo; y que, cuando esa delegación se aleja de su propósito original, el
contrato se ha roto, y el derecho debe ser restituido; enseña que la
resistencia al poder usurpador no es únicamente un deber que el hombre se debe
a sí mismo y a sus semejantes, sino un deber que él debe a su Dios, pues es el
deber de mantener y afirmar el rango que Él le otorgó en la creación. Este
principio ni puede extinguirse por la tosquedad de la ignorancia ni expirar por
la debilidad del refinamiento. Es perverso para el hombre sufrir cuando es el
momento de actuar, y como él tiende a preservar el destino original de la
Providencia para sí mismo, desprecia al tirano arrogante y proclama la
naturaleza independiente de la raza a la cual pertenecemos. El masón sabio y
cultivado nunca cesará de ser soldado de la Libertad y la Justicia. Estará
dispuesto a tomar parte en la defensa de ambas, donde quiera que sea preciso.
Nunca puede provocarle indiferencia el hecho de que su propia libertad y la de
otros hombres, de cuyos méritos y capacidad él es consciente, se halle en
peligro. Pero este compromiso será para con la causa, pues es la causa del
Hombre, y no únicamente de la nación. Donde quiera que haya un pueblo que
comprenda el valor de la justicia política y esté preparado para defenderla,
esa es su nación; donde quiera que pueda contribuir más a la difusión de estos
principios y a la verdadera felicidad de la Humanidad, allá estará su patria.
El masón no desea para las naciones otro beneficio que la Justicia.
Albert Pike; 29 de diciembre de 1809, Boston - 2 de abril de 1891, Washington; Fue un abogado estadounidense, militar,
escritor y destacado activista francmasón, en 1859 fue electo Soberano Gran
Comendador del Supremo Consejo del grado 33 para la Southern Jurisdiction o "jurisdicción meridional", una
de las dos divisiones orgánicas del Rito Escocés Antiguo y Aceptado en los
EE.UU. que ejerció hasta su fallecimiento.
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