Salvatore Mundi |
Nessuna cosa si può
amare nè odiare, se prima non si ha cognition di quella
[“No se puede amar
ni odiar nada si antes no se ha llegado a su conocimiento”]
Leonardo da Vinci
Se
dice que siendo niño, Leonardo da Vinci buscaba ser obsequiado por su padre con
objetos por los cuales manifestaba vivo interés. El problema era que el padre
viajaba con relativa frecuencia y, cuando volvía al hogar, descubría que dicho
interés había cambiado, que si al irse el niño tenía curiosidad por la vida y
su funcionamiento, al regresar tenía en la mecánica la fuente de su curiosidad,
o en los animales mitológicos o en la historia sacra. Así, aquello que el padre
traía consigo —libros, pequeñas máquinas, acaso especímenes disecados o un
testimonio recogido en alguna taberna— se revelaba si no inútil, al menos
atrasado con respecto a las inquietudes de su hijo, siempre en movimiento,
siempre en otra cosa
La
historia puede o no ser verdadera, pero sin duda es verosímil. Leonardo es el
hombre renacentista por antonomasia —una distinción que, paradójicamente, no es
fácil otorgar pero al mismo tiempo parece incontrovertible—, aquel en quien la
curiosidad del humanismo se manifestó con mayor autenticidad y provecho.
Sin
embargo, también es cierto que esta misma celebridad nos impide ver realmente
la obra de Leonardo, tanto la consumada como la que solo proyectó. Sus pinturas
y sus bocetos se han reproducido tantas veces, su genialidad ha sido tan
publicitada, que pareciera ya nada puede sorprendernos cuando se habla del
hombre.
Este
proceso, sin embargo, no parece casual. Parte esencial del misterio es
ocultarse en lo obvio y lo evidente, en esa especie de superficie profunda
asequible solo a los iniciados en el conocimiento específico: “llamad y se os
abrirá”.
Así,
Leonardo y su obra son también objeto de una curiosidad que va más allá del
humanismo en el sentido aséptico que este adquirió con los años. No olvidemos
que el Renacimiento es la época inmediatamente posterior al llamado
“oscurantismo” de la Edad Media, una forma más bien injusta de calificar todo
un periodo del pensamiento europeo cuyo pecado, cuya falta, es no comulgar con
los valores del racionalismo que imperaría a partir de los siglos siguientes.
En este sentido, es obvio que la transición no fue límpida ni las nuevas
maneras de pensar acabaron instantáneamente con prácticas heredadas del pasado
y que, paralelamente, la figura de da Vinci connote cierta iluminación.
De
ahí esa cualidad mistérica, oculta, que en ocasiones se ha atribuido a la obra
de Leonardo, ligando parte de su genialidad a un sistema más amplio que toma la
forma de una sociedad secreta, una comunidad poseedora de un conocimiento que
entrega solo a los probos (como Newton y su pretendida relación con los
rosacruces). Es cierto: Leonardo pintó La última cena, ¿pero esta sería la
misma sin el cúmulo de significados que se agolpa ante el espectador con
aparente inocencia?
Da
Vinci, la gran imagen que tenemos de la genialidad omni-abarcante, que se
extiende sobre todos los ámbitos con pinceladas luminosas, cautiva también por
su método, hasta el punto de que históricamente se le ha atribuido cierta
conexión con el misticismo. Sus técnicas para maximizar el intelecto, que hoy podrían
ser parte de una revista de salud y de ciencia, en una época anterior parecen
frutos de la preclaridad y del ocultismo. Una figura de su inmensidad siempre
se recarga de un aura de misterio. Casi un superhéroe antes de la cultura pop.
Parte
de las conexiones no del todo comprobadas, alimentadas por los bestsellers que
existen en torno al genio de Leonardo, lo relacionan con dos hermandades: por
un parte los misterios de Mitra y por otra el Priorato de Sion
De
la primera, conocida como mitraísmo y considerada incluso una religión, sus
orígenes se pierden en la Antigüedad mediterránea, pero si sobrevivió hasta la
época de Leonardo fue por su amplia presencia entre la milicia romana y también
por los muchos símbolos que lo hermanaron secretamente con el cristianismo. Los
soldados de las legiones eran especialmente devotos de Mitra, una divinidad
cuyo origen algunos sitúan en Asia Menor, concretamente entre el enigmático
pueblo de los hititas, vencedores en un par de ocasiones de los ejércitos faraónicos,
aunque igualmente otras fuentes la identifican con un dios védico de la luz.
Entre
las varias características que distinguen al mitraísmo es que el culto se
llevaba a cabo en cavernas naturales o construcciones que las imitaban. En
cierta forma este era el vínculo con los grandes misterios de la antigüedad
—por ejemplo, los de Eleusis o los de Isis—, los cuales comparten ese rasgo de
sustraerse a la mirada del común, de llevar a los iniciados y los Maestros a un
rincón apartado pero al mismo tiempo íntimo, donde confluyen esas potencias del
mundo que rigen invisiblemente el universo.
Por
otro lado, en los misterios de Mitra hay una base simbólica que permitió cierta
mímesis con la nueva religión con pretensiones de hegemonía: el cristianismo.
Como en esos trabajos artesanales de los pueblos conquistados donde bajo los
rasgos de la nueva deidad se disimulan los de la antigua, así el mitraísmo
pareció asimilarse con los seguidores de Jesús, gracias a circunstancias como que ambos creían en un
ser salvador, la trasposición de la carne y la sangre de la víctima sacrificada
en pan y vino o, como también en el caso de Isis y Horus, el nacimiento de un
hombre del vientre de una virgen, su muerte y su posterior resurrección, además
de otros quizá menos trascendentes (como la consagración del domingo como día
dedicado al culto de la divinidad, o la de la principal festividad de esta el
25 de diciembre) pero igual de importantes en la práctica, al momento de
asegurar el paso más o menos indemne del conocimiento custodiado al nuevo suelo
donde florecerán sus perlas.
Por
otro lado, en el caso del Priorato de Sion, se trata de una sociedad que
también plantea un serio desafío a los límites de realidad y fantasía, de
mentira y verdad, de posibilidad y hecho fáctico. Algunos sitúan su fundación
en la década de 1950 en Francia, por Pierre Plantard, un dibujante que bosquejó
la historia de la cofradía con supuestos fines lúdicos, sembrando la
interrogante sobre la realidad de su existencia. ¿Pero no es una broma, una
ficción, una de las mejores estrategias para ocultar una verdad y un asunto
serio? “Con el anzuelo de la mentira pescarás la carpa de la verdad”, escribió
Shakespeare en Hamlet. ¿"No ha existido nunca y no existirá", como
"La Lotería de Babilonia" de Borges?
Lo
interesante del Priorato de Sion es que dentro del tejido de la mitología
esotérica se considera que una de sus
principales misiones fue preservar el Santo Grial, el recipiente donde según la
leyenda José de Arimatea recogió la sangre de Cristo. Solo que esto no debe
tomarse en sentido literal, sino metafórico: el Santo Grial es, dentro de la
simbología del Priorato de Sion, el vientre de una mujer, donde efectivamente
se guardó la sangre del Salvador, que es otra forma de llamar a su
descendencia. Según esta genealogía, la dinastía de los Merovingios, una de las
4 grandes y emblemáticas dinastías del trono de Francia (junto a los
Carolingios, los Capeto y los Borbones) son herederos directos de Cristo, hijos
después de varias generaciones de María Magdalena y Jesús, y por lo tanto del
Rey David.
"El
Diablo" en un Tarot inspirado en obras de da Vinci y diseñado por A.
Atanassov y I. Ghiuselev
En
el sistema jerárquico del Priorato de Sion —fantasía o historia secreta— los
Grandes Maestros incluyen a nombres como René d'Anjou, Robert Fludd, Isaac
Newton, Claude Debussy y Jean Cocteau, destacando especialmente el de Leonardo
da Vinci, todos los cuales tienen en común la marca de la genialidad, pero que
comprenden una lista tan dispar que evocan una sociedad más parecida a "La
Liga Fantástica" que a las logias masónicas.
Por
esta razón, en este punto, la pregunta es en qué medida el talento de Leonardo
da Vinci participó de ese conocimiento reservado que da sentido a la existencia
de una sociedad secreta. En qué medida, también, buscó transmitirlo por medio de
sus obras, como el Maestro que susurra al oído del iniciado las palabras que
este debe entender en ese momento, manifestando en sus pinturas una armonía
divina o dejando tal vez en sus investigaciones una especie de código secreto.
Se
dice que cuando los soldados romanos destruyeron el Templo de Jerusalén y
llegaron hasta el Sancta Sanctorum, ahí donde se resguardaba, entre otros
tesoros, el Arca de la Alianza, el puente de comunicación entre Yahvé y su
pueblo elegido, encontraron este recinto último vacío. La Sabiduría ya no
estaba ahí, sino en la memoria de quienes habían huido con la consigna de
preservarla. ¿Fue Leonardo obsequiado con este conocimiento? Y, en dado caso,
¿su misión fue acelerar el conocimiento para avanzar en un proyecto de ilustración
mundial, símbolo de una divinidad racional?
No
se trata solamente de resaltar el cariz esotérico del gran artista italiano,
sino, de momento, hacer ver que durante el Renacimiento eso que hoy echamos
cómodamente al cajón de las “doctrinas secretas” era la episteme del día a día.
La figura de da Vinci es inabarcable y fascinante, al igual que el hermetismo
neoplatónico y la alquimia de sus épocas. Quizás como ocurre con las teorías de
la conspiración, postular que Da Vinci
fue parte de una sociedad secreta o que su genio proviene de algún tipo de disciplina
esotérica sea sólo una forma de entender aquello que nos parece insondable y
que necesitamos incrustar en una trama que se ajuste a nuestras expectativas de
cómo funciona la realidad. Por otro lado
también es históricamente irrefutable que grandes personalidades como Isaac
Newton se alimentaron de manera primordial de la magia, la alquimia y la
masonería.
Celta.´.
Ref; http://pijamasurf.com/2013/04/leonardo-da-vinci-y-las-sociedades-secretas-mitos-y-misterios-del-gran-genio-renacentista/
Ref; http://pijamasurf.com/2013/04/leonardo-da-vinci-y-las-sociedades-secretas-mitos-y-misterios-del-gran-genio-renacentista/
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