Según que es “ser diplomático” se entiende como un estilo de conducta, o en un sentido funcional, se puede contestar de dos formas. En la primera acepción recordamos a André Maurois que ser diplomático “es el arte de exponer la hostilidad con cortesía, la indiferencia con interés y la amistad con prudencia”. En sentido funcional lo son aquellos funcionarios públicos expertos en relaciones internacionales con vistas a ser acreditados ante otros Estados (y en la actualidad también en Organismos Internacionales) con carácter representativo.
Los Estados organizan su diplomacia de diversas formas, según sus tradiciones administrativas o su concepto de cómo ha de ser la conducción de los asuntos exteriores. siguiendo la tradición latina, la profesión diplomática se estructura en torno a un cuerpo general la Carrera Diplomática que pertenece a los Ministerios de Asuntos Exteriores y Cancillerías de cada país y ademas utiliza en el extranjero funcionarios de otros cuerpos pertenecientes a aquellos Ministerios (Defensa, Cultura, Comercio, etc.) que por sus actividades poseen un sector exterior.
En la Carrera Diplomática, como ocurre con cualesquiera otros escalafones estatales, se ingresa por concurso de oposición, y sus miembros se rigen por las disposiciones que regulan la función pública, sin más peculiaridades que las requeridas por la naturaleza de sus funciones. Aunque se trata de una carrera con carácter “generalista”, posee dos ramas que son ejercidas alternativa e indistintamente: la política, centrada en la representación del Estado ante los demás Estados y Organismos, y la consular, dedicada a la protección de ciudadanos y entidades de cada país en el extranjero ante las autoridades locales.
Al diplomático se le atribuye el estilo de actuación al que hemos aludido al principio. Además, ha de tener sólidos conocimientos y buenas maneras. Como bien dice Beladíez, “de todas las disciplinas catalogadas por las Universidades, la que mejor debe conocer un diplomático es el Derecho internacional; de las no catalogadas, la que más a fondo debe dominar es la buena educación”.
Ser diplomático otorga prestigio social, ya que la profesión se cuenta entre aquellas que en no más unas cuantas dotadas de leyenda. “El diplomático, en la opinión general, forma parte de un mundo al que no tiene acceso el común de los mortales. Un mundo de lujo, de intrigas, de misterio, de exotismo”, dice Gómez de Valenzuela. Ortega les achacaba frivolidad, y Juan Valera decía que en la diplomacia “…con bailar bien la polca y comer pastel de foie-gras, está todo hecho”. Se suele achacar mendacidad a estos funcionarios, pero como ya dijo el gran Talleyrand, “la diplomacia no es una ciencia de engaño y duplicidad”. Hay que decir la verdad, pero evitando el conflicto, pues no hay que olvidar que el diplomático es agente de paz.
En realidad no se trata sino de un cuerpo más del Estado que simplemente ejecuta las directivas del Gobierno en las materias a él encomendadas. Que éstas se ejerciten generalmente en o con el extranjero, y que exista para facilitarlas un trato y unos privilegios especiales, es precisamente lo que facilita la leyenda. Pero dentro del conjunto de agentes acreditados como diplomáticos en un mismo país, llamado “Cuerpo Diplomático”, coexisten hoy en día tanto los funcionarios procedentes de carreras diplomáticas como de otras, y no ocurre nada especial.
José Rafael Otazo M; Ph.D
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Profesor Universitario.
Miembro de Número de la Academia de la Lengua del Estado Carabobo.
Miembro de la Ilustre Sociedad Bolivariana de Venezuela.
Miembro de la Digna Sociedad Divulgadora de la Historia Militar de Venezuela.
Miembro de La Asociación de Escritores del Estado Carabobo.
Investigador en la Asociación para el Fomento de los Estudios Históricos en Centroamérica.
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